sábado, 12 de enero de 2019

¿Qué son ideológicamente los "chalecos amarillos"?

Para entender qué son ideológicamente los chalecos amarillos. Me pareció interesante la entrevista de Marianne a Christophe Bourseiller, especialista en estudiar el extremismo político. Acá va una traducción (veloz y mediocre, pero se entiende).

Christophe Bourseiller: "Los chalecos amarillos evolucionan en una órbita ideológica de derecha".


Marianne: ¿Es posible, después de ocho semanas de movilización, situar políticamente los chalecos amarillos?

Christophe Bourseiller: La mayoría de los chalecos amarillos evolucionan claramente en una órbita ideológica de derecha. En resumen, hay dos tipos de movimientos sociales. Los llamados movimientos sociales de izquierda tienen su origen en las empresas y generalmente se ocupan de las condiciones de trabajo o de los salarios. Los movimientos sociales de derecha nacen fuera de la empresa, están motivados por los impuestos. Son anti-impuestos. Son empresarios autónomos, agricultores, pequeños comerciantes.... Las primeras reivindicaciones de los chalecos amarillos los sitúan, por tanto, más bien a la derecha. El movimiento se generalizó y se convirtió en el receptáculo de toda la cólera y el resentimiento francés, con el grito de "¡Macron dimisión!". Hoy lo veo más como un movimiento de destrucción que como un movimiento de creación, y esto se refleja en su deseo de silenciar a los moderados que son considerados traidores. Este es el caso de Jacline Mouraud, que ahora está acusada de ser agente de Macron. O Ingrid Levavasseur, el chaleco amarillo que se convertiría en columnista de la BFMTV y a quien se le impidió hacerlo.

Ha habido muchas preguntas sobre el perfil de líderes como Eric Drouet, que se autodenominan apolíticos. ¿Qué referencias predominan en su discurso?

En Eric Drouet hay una innegable connotación soberanista [nacionalista] que recuerda el discurso de François Asselineau y su partido, la UPR, con dos referencias soberanistas, el cuestionamiento de Europa y la denuncia del poder oculto de los banqueros. Drouet también se refiere al Ric, un referéndum sobre una iniciativa ciudadana, una propuesta que se puede encontrar en ambos lados del espectro político. En Marine Le Pen y antes en Jean-Marie Le Pen y en Jean-Luc Mélenchon, pero Eric Drouet es sólo una cara del movimiento y estas personalidades están cambiando porque el movimiento está cambiando.

¿En qué crees que se está convirtiendo?

Siempre hay varias fases en los movimientos sociales. La euforia más o menos espontánea del principio, luego una segunda fase de competencia de varios partidos políticos, con intentos de recuperación. Lo que se añade a la complejidad es que este movimiento se está dividiendo en varios movimientos, con una coordinación que se está creando en toda Francia. La otra particularidad de este movimiento es precisamente que aún no está estructurado y que es imposible definir sus contornos. ¿Con qué derecho, por ejemplo, podemos decir que los vándalos no son chalecos amarillos ya que llevan uno?

MARINE LE PEN ESTÁ MANTENIENDO UN PERFIL BAJO

¿Qué tipología puede identificar a las fuerzas políticas que trabajan dentro de este movimiento?

A la derecha, me doy cuenta de que Marine Le Pen está manteniendo un perfil bajo. Pero los militantes lepenistas tienen un rol importante y todos apoyan a los chalecos amarillos. También hay toda una galaxia de grupos de extrema derecha en sus filas, como el Partido Nacionalista Francés de Yvan Benedetti, el antiguo jefe de la obra francesa, los Identitaires y la Acción Francesa. También hay militantes de ultraderecha, la mayoría de los cuales están decepcionados con el FN y son los más violentos. A la izquierda, hay militantes de la Francia Insumisa y muchos grupos trotskistas muy divididos. Por no hablar de las "rupturas" del anarquismo y de la ultra-izquierda. La Unión popular republicana de François Asselineau y los militantes de La France de Debout de Nicolas Dupont-Aignan (derecha dura conservadora) forman, sin embargo, el núcleo ideológico de los chalecos amarillos, que siguen regados por el soberanismo.

Y estos diferentes grupos logran coexistir durante toda la manifestación…

Sí, fue muy claro que el sábado pasado, durante el acto VIII de los chalecos amarillos, el grupo que logró entrar en el Ministerio de Relaciones con el Parlamento parecía estar liderado por militantes de ultraderecha, como lo demuestran las consignas que se pronuncian en el exterior. En los videos, escuchamos claramente "ladrones". El lema "Abajo los ladrones" se refiere a la manifestación de las ligas de extrema derecha el 6 de febrero de 1934. Se utiliza regularmente en las manifestaciones de los chalecos amarillos. ¿No comenzó la Revolución Rusa del 17 de octubre con la toma del Palacio de Invierno de San Petersburgo? Así que saben que estamos haciendo una revolución al tomar posesión de los edificios del estado. Cerca de este ministerio, no había eslóganes marcados en las paredes, que es la marca de la extrema izquierda. La ultraizquierda estaba en el bulevar Saint-Germain, donde resonó la consigna "todo el mundo odia a la policía", que en realidad es una señal de la extrema izquierda.

Hay dos tipos de chalecos amarillos

¿Cómo explica que a pesar de la presencia identificada de estos grupos extremistas, el apoyo al movimiento siga siendo alto en la opinión pública?

Los argumentos de los chalecos amarillos son simples y llamativos: tienes hambre, estás en descubierto el día 10 del mes, no tienes derecho al ocio, no tienes derecho a vacaciones.... Además, hay dos tipos de chalecos amarillos: los que irrumpen en las calles y a veces cometen actos de violencia; y los amarillos en las rotondas cuyo folclore recuerda al del Frente Popular. Son las de las rotondas las que cuentan con el apoyo del público.

¿Qué dice de este movimiento la legitimación de la violencia, simbolizada en particular por el importante fondo de premios reunido para el boxeador Christophe Dettinger?

El movimiento de los chalecos amarillos es inicialmente un movimiento transgresor basado en la violencia. Se basa en la idea de que las personas honestas, que siempre han pagado sus impuestos, ya no pueden soportarlo y están en desacuerdo. Estos ciudadanos exasperados no dudaron en entrar en la ilegalidad abriendo peajes, prendiendo fuego a los radares y, por qué no, atacando a la policía. También han descubierto que la violencia paga. Mientras los chalecos amarillos sólo ocuparan las rotondas, a nadie le interesaban. Desde el principio, el movimiento fue por lo tanto violento, como lo demuestran las numerosas muertes. Pero sólo los extremistas, tanto de derecha como de izquierda, percibieron desde el principio esta dimensión subversiva.

¿Qué significa la estrategia de Jean-Luc Mélenchon, que no condena la violencia de las manifestaciones?

La estrategia de Jean-Luc Mélenchon no es nueva: consiste en situarse en el campo del populismo para contrarrestar a la Agrupación Nacional (Ex Frente Nacional). Pero más allá de Mélenchon, no olvidemos que en la mitología de la extrema izquierda, encontramos la idea de la autoorganización del proletariado. Por eso todos los movimientos de extrema izquierda participan en estas manifestaciones. Lo ven como una revuelta proletaria espontánea.

SIN CONVERGENCIA ROJI-PARDA

Algunos comparan este período con 2005, cuando la extrema derecha, pero también toda una parte de la izquierda, se opuso al Tratado Constitucional Europeo, otros dicen que estamos asistiendo a los comienzos de un Movimiento de 5 Estrellas al estilo francés y que los chalecos amarillos servirán entonces de puente para una convergencia de rojos y pardos. ¿Qué te parece eso?

No creo que estemos avanzando hacia una convergencia roji-parda. El 1 de diciembre, durante el acto III de los Chalecos Amarillos, cuando el Arco del Triunfo fue saqueado, militantes de la extrema izquierda y de la extrema derecha lucharon cerca de los Campos Elíseos.
En cuanto a Marine Le Pen y Jean-Luc Mélenchon, mantienen una diferencia esencial: el objetivo principal de Marine Le Pen es siempre la lucha contra la inmigración. En el mundo 2.0, el mundo clic donde se expresan los chalecos amarillos, no hay necesariamente una convergencia roji-parda, hay más bien una coexistencia. Como se ha visto en el despliegue de chalecos amarillos. Nos codeamos, nos ignoramos y gritamos nuestras propias consignas: a la izquierda "todos odian a la policía", a la derecha "la policía con nosotros".

¿Puede este movimiento encontrar un cauce en las elecciones europeas, a través de una lista de chalecos amarillos?

Por el momento, vamos por una atomización de listas con la etiqueta “chalecos amarillos”. Tenemos la lista de Florian Philippot (ex Nro 2 del Frente Nacional), la lista patrocinada por Alexandre Jardin (escritor), la lista impulsada por Francis Lalanne (cantante). Los chalecos amarillos también pueden estar presentes en las elecciones presidenciales de 2022 en forma de un movimiento de 5 estrellas al estilo francés, si consiguen organizarse. Por el momento, estamos asistiendo al surgimiento de diferentes coordinaciones locales o regionales. Si logran unirse, surgirá un movimiento populista que competirá con Agrupación Nacional. Pero aún no hemos llegado a ese punto.

*Es autor de la Historia General de la Ultra-Izquierda (Denoel 2003).

martes, 3 de julio de 2018

"La circulación de las ideas en la era de las redes sociales”



*Apunte utilizado durante la Noche de la Filosofía, el 30 de junio de 2018 en el CCK de Buenos Aires. El texto sirvió como guía para la exposición ante el auditorio.

Buenas noches y bienvenidos a este encuentro que lleva por título “La circulación de las ideas en la era de las redes sociales” en el marco de la Noche de la Filosofía.

Antes que todo les aclaro que durante la exposición pueden usar sus celulares para decirle a alguien que están acá, sacar fotos de la arquitectura del lugar o burlarse de quien les habla. Es lo que harán de todas formas, con mayor o menor discreción. Y de eso trata esta cita: de ver cómo se enuncian, se mueven y los efectos que producen las ideas en este ecosistema digital frenético, donde la atención está permanentemente solicitada. Empecemos por este aspecto.

Porque éste es uno de los obstáculos que parecen más evidentes para reflexionar en un sistema regido por la economía de la atención: una alianza de la distracción y la adicción maximizadas por una conexión permanente.

Facebook, Twitter, Instagram gastan una ingente cantidad de recursos para que nos quedemos el mayor tiempo posible dentro de su producto. Diseñan los mecanismos de dependencia, como un buen dealer.

El ex presidente de Facebook, Sean Parker, que hoy se presenta como un objetor de conciencia,  resumía hace poco así los objetivos de la empresa de Mark Zuckerberg, utilizada por 2.200 millones de individuos.

"El razonamiento que condujo a construir estas aplicaciones, de las cuales Facebook es la primera, fue ver cómo logramos consumir la mayor cantidad de tu tiempo y atención consciente que sea posible. Y eso significa que tenemos que darte algo así como un toquecito de dopamina cada tanto, porque alguien le dio 'me gusta' o comentó una foto o una publicación o lo que sea, y eso hará que aportes más contenido, y eso hará que recibas más ‘me gusta’ o comentarios… es un circuito cerrado de retroalimentación de validación social".

La distracción permanente en una economía de la atención es algo que todos experimentamos. La incapacidad para leer, escribir, prestar atención a algo durante demasiado tiempo porque el toque de dopamina nos llama, la sensación de estar perdiéndonos de algo que requiere imperiosamente nuestra atención.

Distracción, desvío de la curiosidad con temas triviales… A esta solicitación permanente, le podemos añadir otros motivos para cuestionar las redes sociales como espacio de reflexión: el bullying, los trolls pagos o aficionados, la confirmación del sesgo que implica agruparse y validar las opiniones de su propia tribu que se retroalimenta en circuito cerrado y es impermeable a planteos contradictorios.

Todas estas taras parecen el enemigo perfecto del pensamiento, del cuestionamiento, de la duda, que requieren serenidad, tiempo de asimilación de lo novedoso antes de opinar, una contextualización histórica, una confrontación entre personas formadas y autorizadas para opinar con distancia del hecho comentado. Y sin embargo, la producción y circulación de ideas ocurre y con una velocidad jamás alcanzada. Y ocurre, sobre todo, con la peor de todas las redes sociales.

La peor de todas

Agresiva, superficial, tóxica, polarizadora: Twitter tiene la peor reputación de todas. Aquí, el usuario no tiene “amigos”, sino “seguidores”. No usa esta plataforma para poner la foto del viaje familiar en la playa ni del plato exótico recién servido en un lugar de moda como Instagram, y menos aún da “likes” a mensajes inspiracionales posteados por su tía  en Facebook. Twitter es el lugar de la invectiva, del odio, la chicana o la frustración. Es un dispositivo adictivo en el que el usuario no se consigue un nuevo trabajo como con LinkedIn, sino que lo pierde por irse de boca.

Twitter, dicen, es el enemigo de la serenidad necesaria para el diálogo y la contextualización de la información. Si el periodismo es el primer borrador de la historia, Twitter es su primera reacción en letras de imprenta.

Twitter es hoy el primer lugar donde estalla la información, donde se imponen los temas del día en los medios y, sobre todo, ocurre lo que a priori no debería ocurrir: se debate sobre temas de fondo. No es cuestión de engañarse, la inmensa mayoría de los 500 millones de Tuits enviados cada día son tonterías. Y de los 1.300 millones de cuentas existentes, tan sólo 330 millones están activas. Pero Twitter no es sólo ruido.

Es el lugar donde una usuaria expone una indignación personal y la convierte en una bola de nieve que termina en una manifestación y fenómeno social como el #NiUnaMenos primero y el #MeeToo y su versión francesa #BalanceTonPorc en Francia después. La discusión sobre la legalización del aborto, que dio lugar a testimonios en primera persona, a la opinión de especialistas, a grupos de presión de uno y otro lado, también se dio en buena parte por Twitter. Tal vez hayan visto hace unos días el tuit de la escritora canadiense Margaret Atwood, la autora de El cuento de la Criada, abogando por la legalización del aborto ante la vicepresidenta argentina.

 La misma militancia la encontramos con la denuncia del voto electrónico en Argentina. Como antes la Primavera Árabe y hoy el derecho a no llevar velo en Irán. No es casual que en las dictaduras, una de las primeras cosas que cortan son las redes sociales.

Y no se trata sólo de discusiones sobre temas de actualidad. Aquí tenemos fresco el fenómeno impulsado por el académico Pablo Maurette que puso a leer a gente de toda Iberoamérica primero la Divina Comedia y ahora al Quijote, para desconcierto de libreros de muy materiales librerías que no entienden el súbito entusiasmo por los clásicos de la literatura universal.

En Argentina, hace algunos meses vimos debatir sobre la Guerra del Paraguay y la confrontación de dos historiadoras con miradas antagónicas, un comentario sobre el siglo 19 al que se sumó el exarquero paraguayo José Luis Chilavert. Después el todo fue retomado por los medios tradicionales, que se nutren de la denostada materia prima que crece aquí. Son discusiones horizontales que muchas veces son bullicio y a veces se vuelven mágicas.

La nueva conversación

¿Pero qué es esta discusión? A veces es lo más parecido a un grupo de gente que se detiene frente a un accidente de tránsito y empieza a dar su parecer. Otras a un bar donde se comentan las noticias que van apareciendo en la tele. En sus mejores momentos, se asemejan a las tertulias de café del siglo 19, donde las reputaciones de bohemios, literatos, se ganaban y se perdían en medio de justas verbales épicas, mientras se creaban capillas, bandos antagonistas.

En grandes líneas, la Academia y la vieja escuela del periodismo detestan a Twitter. Pero no pueden vivir sin él. Un cuarto de las cuentas verificadas son de periodistas y el 83% de los líderes mundiales tuitea.

No pueden ignorarla. No desde que un pakistaní comentó en Twitter en la madrugada del 2 de mayo de 2011 el extraño sobrevuelo de helicópteros en su pueblo (anunciando la captura de Osama bin Laden), hasta el día de hoy en que “el líder del mundo libre” echa a su canciller o llama hombre cohete al dictador norcoreano con el riesgo de desatar una guerra atómica en menos de 280 caracteres. El líder de la mayor potencia mundial lo sabe, y por eso fija la agenda nacional e internacional de noticias tuiteando temprano por la mañana con su celular.

Twitter se ha convertido en el principal vector de noticias  y un termómetro extremadamente reactivo a la realidad. Tiene la ambivalencia de ser fútil y serio al mismo tiempo. Su estatuto es de hecho materia de debate jurídico. Al inicio de su presidencia, la Casa Blanca precisó que los tuits de Donald Trump eran declaraciones oficiales. Más tarde, una jueza estableció que Trump debía abstenerse de bloquear a usuarios si no quería violar la libertad de expresión. Es un asunto que le sonará a más de un argentino presidencialmente bloqueado en un pasado reciente.

Trump desde un primer momento dijo que las redes sociales serían el motor de su campaña a la hora de promover sus ideas con el grueso de la prensa en contra. Recordemos que de los 100 diarios de mayor circulación en EEUU, sólo dos: El Las Vegas Review Journal y el Florida Times Union apoyaron a Trump, un endorsement de una debilidad inédita para un candidato de los dos grandes partidos en este tipo de contienda. Que Trump se impusiese en las elecciones fue un baldazo de agua fría, entre otras cosas, para los principales medios norteamericanos, con un mea culpa del New York Times a sus lectores por no haber sabido registrar el fenómeno.

Lo cierto era que una narrativa que no era la de la prensa mainstream se había impuesto por fuera de los canales tradicionales. Una de las razones tiene que ver con la evolución de la prensa. La revolución digital privilegió el desarrollo de los grandes medios de tradición liberal, en el sentido de izquierda, instalados en las dos costas estadounidenses, con periodistas que viven y respiran la ideología de estos centros urbanos y de elite, mientras que internet fue pulverizando el otro lado del espectro ideológico: los periódicos conservadores de áreas rurales.

De este modo, se acentuó el sesgo en la percepción de las posibilidades reales de Trump y la burbuja del establishment intelectual no supo interpretar cómo calaba su mensaje entre los perdedores de la globalización, la clase trabajadora blanca que no veía en la prensa dominante un reflejo de sus ansiedades económicas y demográficas, como sí aparecían en los foros de la llamada Alt Right, la derecha alternativa, que empezando por el meme del sapo Pepe maneja un lenguaje adaptado a la sintaxis y las lógicas propias de las redes sociales.

A esta guerra de las ideas, de la competencia de las narrativas hay que agregarle, como se verificaría luego, el uso milimétrico de las redes sociales por empresas como Cambridge Analítica y la injerencia rusa. Estas también pesaron en la elección de un modo que aún se está evaluando y obligan a países democráticos a reescribir las leyes sobre divulgación de noticias y el uso de datos personales. En otras palabras, este mundo de memes, insultos fáciles y chicanas produce un discurso muy real que modifica realidades políticas. La lectura correcta del recorte geográfico de las ideologías a través de las redes sociales sirvió para ganar una elección sin siquiera tener una mayoría popular de votos. Lo que no es poco.

"Editor responsable"

No es casual que Twitter esté lleno de periodistas, politólogos, sociólogos, escritores. Una de las explicaciones es que es gente acostumbrada a escribir para un público, que usa la prosa como materia prima. También porque es una manera de ver la cocina de la información, de ir a la fuente, de consultar directamente al que está en el lugar de los hechos o al experto cuando explota la noticia. Hace poco, varios medios tradicionales se desmarcaban de las redes y se jactaban de tener editor responsable, mientras se entregaban al clickbait, esas preguntas en titulares enigmáticos que piden abrir la nota sin dar la información de entrada, y construyen una nota con tres tuits que circulan en el ecosistema de las redes sociales.

Pero para muchos, el debatir en un medio tan anárquico y ruidoso es rebajarse, ensuciarse en esta cloaca de verborrea. Es ceder a las Fake News. Tal vez haya que recordar que Fake News es un término acuñado por Donald Trump en su pulseada contra CNN, el New York Times o el Washington Post, algunos de los medios más rigurosos a la hora de informar. Y lo cierto es que nada liquida más rápido una falsa noticia que Twitter. Los fact checkers tanto de medios conocidos como de cuentas que existen sólo en Twitter patrullan constantemente poniendo en ridículo a quien se hace eco de una información errónea o de una lisa y llana mentira.

Entretanto, nacen casos como el de Eliot Higgins. Es una de las historias más populares de Twitter. Para quienes no hayan escuchado hablar de él, se trata de un ciudadano británico desempleado que se ocupaba de cuidar a su bebé en su hogar. Cuando se inició la guerra civil siria empezó sin ningún conocimiento, a monitorear con su computadora las fuentes disponibles en internet, sobre todo canales de YouTube, de la guerra en curso. En poco tiempo, este pionero autodidacta se convirtió en uno de los principales expertos a la hora de descifrar la realidad armamentística y las batallas, las noticias falsas que hace circular la propaganda de guerra. Desde 2012 puso al descubierto el uso de bombas de racimo negado hasta entonces por el gobierno sirio. Investigó sobre el uso de armas químicas y bombardeos con barriles de dinamita. Identificó los sitios de decapitación del grupo Estado Islámico. Su trabajo se convirtió en una referencia para Amnistía Internacional, Human Rights Watch y los medios más serios, como el New York Times.

Ahora, dirige Bellingcat, una plataforma de ciudadanos periodistas que utilizan la información disponible en la red, en open source, para desentrañar la verdad de la mentira en los conflictos internacionales. Entre sus trabajos más reconocidos está la investigación del desastre aéreo de Malaysian Airlines en 2014, el vuelo Amsterdam-Kuala Lumpur derribado cuando sobrevolaba el este de Ucrania. Su examen de las evidencias a partir del material disponible en la web se convirtió en una pieza fundamental para los investigadores holandeses de la tragedia. Los invito a ver cómo colabora en línea con la contribución de tuiteros de todo el mundo. Es como un Sherlock Holmes de mil cabezas: con un pedacito de foto de un tanque ruso desarticulan toda una operación de propaganda orquestada por el Kremlin.

El medio y el mensaje

Investigar, sí, ¿pero reflexionar? Es cierto que el formato de Twitter no permite extenderse, cualquier tuit puede ser sacado de contexto, insultar a un desconocido porque te saca de quicio puede costarte una reputación y el trabajo. Pero esa contingencia es también su fuerza. No se puede escribir La Odisea en Twitter. La mayéutica, el método socrático de pregunta-respuesta en el que el maestro lleva al discípulo hacia la luz del conocimiento podría ser ideal para esta plataforma, si la mala fe y las ganas de destruir al otro no fuesen la moneda corriente de Twitter. Lo que sí le calza como un guante a esta red es el aforismo. Cioran hubiese sido el rey de Twitter. La condensación del pensamiento es también un ejercicio filosófico. Se pierden matices pero se va a lo fundamental. Si la novela gana por puntos y el cuento por knock out, el tuit debe ser certero como un headshot, un disparo de francotirador a la cabeza. Sí, Twitter es violento.

 En términos gastronómicos, Twitter no será el banquete de Platón, sino más bien un maxikiosco con productos saturados de sal o azúcar para consumo instantáneo. Y por suerte podemos ir, cuando el bolsillo lo permite, tanto a la panzada del restaurante con su larga digestión como a la inmediatez de este lugar accesible las 24 horas.

En Argentina, la lectura colectiva de clásicos, los debates sobre temas de fondo transcurren en las redes sociales. En Francia, el país que eligió para vivir Ciorán, es normal ver a filósofos e intelectuales en general bajar al inframundo tuitero para defender sus ideas. Tal vez no les sean familiares, pero filósofos como Raphael Enthoven o Caroline Fourest practican este esgrima a menudo. Entre los viejos intelectuales franceses más conocidos hacen lo propio Edgar Morin o Bernard Henri Lévy.

Como hemos visto, las redes sociales han creado un cortocircuito en el sistema de circulación de la información y de las ideas tal como se desarrolló hasta el siglo pasado.

Los ámbitos académicos y mediáticos, que se retroalimentan y dan legitimidad, privilegian o censuran ciertos discursos. Replican la ideología de sus ámbitos y refuerzan lo que algunos llaman el pensamiento único, mientras otros prefieren tachar esta hegemonía ideológica de corrección política, marxismo cultural o reino de las “indentity politics”.

Hay quienes incluso quienes reivindican este sesgo imperante, como necesario para equilibrar la relación de fuerzas con los sectores conservadores o capitalistas que lideran otras áreas de poder. En todo caso, estos microclimas organizados por instituciones chocan con la insolente anarquía de las redes, que permiten generar a su vez otras burbujas.

Estos nuevos circuitos que se superponen o funcionan en paralelo, se están haciendo fuertes. En mayo el New York Times presentaba a suslectores un dossier titulado “Conozca a los renegados de la Dark WebIntelectual”. Algunos de los más conocidos son el best seller Jordan Peterson, el matemático Eric Weinstein, el neurocientífico Sam Harris, así como las feministas militantes Ayaan Hirsi Ali, Christina Hoff Summers.

Ellos se ocupan de “aquello que no se puede decir”, según el periódico de referencia estadounidense. Lo que tienen en común es promover una mirada feroz que va a contrapelo del verdadero discurso hegemónico, arrastrando a cientos de miles de seguidores, con millones de reproducciones en YouTube, replicadas por Twitter y ese otro formato que se ha convertido en un nuevo espacio autónomo, gratuito, accesible desde cualquier dispositivo electrónico y que permite largas entrevistas con pensadores: el podcast. Estos intelectuales, reñidos con los medios de legitimación tradicionales, se enfrentan en sus universidades a perder promociones o verse excluidos por ir contra la corriente. A veces son despedidos. No es casual que asistamos a una ola de escándalos en los campus de las universidades tanto de Europa como de Estados Unidos. Los intentos por llevar a figuras controvertidas que crecieron en las redes generan fuertes y a veces violentas movilizaciones de estudiantes que se oponen a que les den el micrófono a interlocutores que rechazan el discurso dominante en estos ámbitos.

Lo novedoso es que estos disidentes que surgieron al calor de YouTube y Twitter están creando métodos de ganarse la vida, a través de las redes, que permiten por, ahora tímidamente, generar una economía por fuera de estos empleadores tradicionales. Para dar una idea del fenómeno: el próximo 14 dejulio el canadiense Jordan Peterson y el estadounidense Sam Harris van adebatir en un estadio en Londres, el O2 Arena. El evento, que propone una hora y media de debate arbitrado seguido por otra hora de preguntas y respuestas del público es anunciado como el Woodstook del debate filosófico. Es decir, a través de las redes, intelectuales contestatarios crean
sus propios medios masivos de comunicación. Lo mismo ocurre con la plataforma Patreon, pensada como un sistema de mecenazgo para periodistas y pensadores que buscan una autonomía económica.

Afinidades electivas

Del otro lado, tenemos a un público agradecido por esta bocanada de oxígeno. Y este es el otro punto que habría que destacar de las redes sociales y el pensamiento: permite salir del enclave geográfico o social con un artefacto que cabe en el bolsillo. Este encontrar afinidades en el mundo, rompiendo con el entorno material inmediato no tiene precio.

Es el poder acceder a una conversación con pares o especialistas sin la mediación de empresas o instituciones interesadas en administrar el discurso. Ese placer salvador que hasta ahora ofrecía sobre todo el libro a través del diálogo entre dos soledades, la del autor y el lector, encuentra un nuevo soporte. Las afinidades electivas del usuario enuncian en tiempo real modos de interpretar los acontecimientos mientras están transcurriendo. Esto, a esta escala, es una novedad en la historia de la circulación de las ideas.

Esto tiene una contracara, el alimentarse exclusivamente con quienes opinan como uno aumentan el sesgo de confirmación, la endogamia ideológica. Hace no tantos años, había cuatro o cinco canales de televisión, tres o cuatro diarios nacionales en papel. Se podía estar a favor o en contra de lo que se decía, pero los temas a discutir estaban fijados y a los medios, que se dirigían al conjunto de la población, o al menos a grandes sectores ideológicos, les servía presentar las distintas campanas de una situación. Hoy lo único que queda de este zócalo común es probablemente el diario gratuito del transporte público, superficial porque busca el mayor consenso posible y rápidamente desechable.

Por eso, si uno va a ser su propio recorte de la realidad o su editor, tiene que elegir con cuidado sus fuentes. Depender de su gurú digital o de quien procesa la información según una ideología compartida es muy tentador, pero esta burbuja termina cortándote de la crítica legítima y a encerrándote te en la confirmación del sesgo. Una de las consecuencias más graves y dañinas que las redes han permitido en la circulación de ideas es el yihadismo. Facebook, Youtube y Telegram, con su propaganda ultraviolenta dirigida a los jóvenes, han hecho más por el terrorismo islamista que las mezquitas más radicales. Han utilizado las herramientas del siglo 21 para transportar a sociedades al siglo séptimo. El adoctrinamiento en la computadora de casa, sin que los padres estuvieran al corriente, ha sido una constante registrada en los estudios sobre el reclutamiento de combatientes que viajaron a Siria e Irak o atentaron directamente en Europa o Estados Unidos. Por supuesto se trata de un ejemplo extremo, pero ilustra el peligro de la radicalización ideológica en las redes, sin ningún intermediario. Las escuelas, tardíamente implementan hoy en Europa cursos llamados de “autodefensa intelectual” para protegerse de esta propaganda y enseñar a discriminar en medio del flujo de contenidos turbios.

Para los que ya salimos del circuito escolar, aparece cada vez más importante seguir a gente que piense distinto y hasta lo contrario de las convicciones de uno, es necesario. El sentirse ofendido no debe ser utilizado contra la libertad de expresión, que con estos nuevos canales descubre nuevos enemigos.

Sí, da lugar a choques desagradables y se estima que para levantar una crítica dañina se necesitan 10 elogios. Pero la grieta no deja de existir cuando uno ignora al que piensa lo contrario. Esa molestia es la garantía de una sociedad abierta.

El pajarico blanco sobre el fondo azul puede ocupar el lugar hoy del tábano de Atenas, como se lo llamaba a Sócrates. Un bicho que molesta y aguijonea para provocar las certezas y las creencias, manteniendo despierto el espíritu crítico. Se necesita más discusión, no menos. Porque la única alternativa que tenemos a la discusión es la guerra.




domingo, 22 de abril de 2018

Manifiesto contra “depuración étnica” de los judíos de Francia

Marcha Blanca tras el asesinato de Mireille Knoll
Manifiesto contra “depuración étnica” de los judíos de Francia
Este domingo, los diarios Le Parisien y Le Journal du Dimanche publican un Manifiesto contra el nuevo antisemitismo. El texto, firmado por políticos, intelectuales y artistas de primer orden denuncia una “depuración étnica” de los judíos de Francia a través de una forma de racismo vehiculado por el islam radical y que cuenta con la complicidad de la izquierda radical. El manifiesto es difundido antes de que el miércoles se publique, por la editorial Albin Michel, un libro firmado por 15 intelectuales preocupados por el auge del antisemitismo, con un prólogo de la filósofa Elisabeth de Fontenay. Esta preocupación crece desde el asesinato de Sarah Halimi, una parisina de 65 años arrojada por la ventana de su departamento el 4 de abril de 2017. La justicia tardó 10 meses en reconocer el carácter antisemita del ataque. El pasado 23 de marzo, menos de un año después, en el mismo distrito parisino, el asesinato de Mireille Knoll, sobreviviente del nazismo, reavivó la indignación causada por la muerte de Sarah Halimi.
Traduje al español el texto publicado este domingo 22 de abril de 2018 por los diarios franceses diarios Le Parisien y Le Journal du Dimanche.

« Este terror que se extiende »

El antisemitismo no es una cuestión de los judíos, es una cuestión de todos. Los franceses, cuya madurez democrática se ha podido comprobar después de cada atentado islamista, viven una paradoja trágica. Su país se ha convertido en el teatro de un antisemitismo asesino. Este terror se extiende, provocando a la vez una condena popular y un silencio mediático que la reciente marcha blanca contribuyó a romper.
Cuando un primer ministro en la tribuna de la Asamblea Nacional declara, bajo los aplausos, que ‘Francia sin los judíos deja de ser Francia’, no se trata de una bella frase de consuelo sino de una advertencia solemne: nuestra historia europea y en particular la francesa, por razones geográficas, religiosas, filosóficas, jurídicas se encuentra profundamente ligada a diversas culturas entre las cuales el pensamiento judío es determinante. En nuestra historia reciente, once judíos han sido asesinados — y algunos torturados- porque eran judíos, por islamista radicales.

“Una depuración étnica que hace poco ruido”

Sin embargo, la denuncia de la ‘islamofobia’ -que no es el racismo anti-árabe que debe ser combatido- disimula las cifras del ministerio del Interior: los franceses judíos tienen un riesgo 25 veces superior a ser agredidos por sus conciudadanos musulmanes. 10% de los ciudadanos judíos de Ile-de-France (la región parisina), es decir 50.000 personas — se han visto obligadas a mudarse porque ya no se encontraban en seguridad en algunos barrios periféricos y porque sus niños ya no podían asistir a la escuela de la República. Se trata de una depuración étnica que hace poco ruido en el país de Emile Zola y de Clémenceau.
¿Por qué este silencio? Porque la radicalización islamista -y el antisemitismo que vehicula- es considerada por parte de las élites como la expresión de una revuelta social, aunque al mismo tiempo el fenómeno pueda observarse en sociedades tan distintas como las de Dinamarca, Afganistán, Mali o Alemania… Porque al viejo antisemitismo de extrema derecha se añade el antisemitismo de una parte de la izquierda radical que ha encontrado en el antisionismo la coartada para transformar a los verdugos de los judíos en víctimas de la sociedad. Porque la bajeza electoral calcula que el voto ‘musulmán’ es diez veces superior al voto ‘judío’.

« Esperamos que el islam de Francia abra el camino »

Sin embargo, en la marcha blanca por Mireille Knoll, había imanes conscientes de que el antisemitismo musulmán es la mayor amenaza que pesa sobre el islam del siglo 21 y sobre el mundo de paz y de libertad que han elegido para vivir. Ellos viven en su mayoría bajo protección policial, lo que dice mucho sobre el terror que los islamistas imponen a los musulmanes de Francia.
En consecuencia, pedimos que los versos del Corán que llaman al asesinato y al castigo de judíos, cristianos o ateos sean señalados como obsoletos por las autoridades teológicas, como lo fueron las incoherencias de la Biblia y del antisemitismo católico abolido por el Concilio Vaticano II, para que ningún creyente se apoye en un texto sagrado para cometer un crimen.
Esperamos que el islam de Francia abra el camino. Pedimos que este fracaso democrático que es el antisemitismo se convierta en causa nacional antes de que sea demasiado tarde. Antes de que Francia deje de ser Francia.
Firman:
Charles Aznavour ; Françoise Hardy ; Pierre Arditi ; Elisabeth Badinter ; Michel Drucker ; Sibyle Veil ; François Pinault ; Eric-Emmanuel Schmitt ; Marceline Loridan-Ivens ; Radu Mihaileanu ; Elisabeth de Fontenay ; Nicolas Sarkozy ; Pascal Bruckner ; Laure Adler ; Bertrand Delanoë ; Manuel Valls ; Michel Jonasz ; Xavier Niel ; Jean-Pierre Raffarin ; Gérard Depardieu ; Renaud ; Pierre Lescure ; Francis Esménard ; Mgr Joseph Doré ; Grand Rabbin Haïm Korsia ; Imam Hassen Chalghoumi ; Carla Bruni ; Boualem Sansal ; Imam Aliou Gassama ; Annette Wieviorka ; Gérard Darmon ; Antoine Compagnon ; Mofti Mohamed ali Kacim ; Bernard Cazeneuve ; Bernard-Henri Lévy ; Philippe Val ; Zabou Breitman ; Waleed al-Husseini ; Yann Moix ; Xavier De Gaulle ; Joann Sfar ; Julia Kristeva ; François Berléand ; Olivier Guez ; Jeannette Bougrab ; Marc-Olivier Fogiel ; Luc Ferry ; Laurent Wauquiez ; Dominique Schnapper ; Daniel Mesguich ; Laurent Bouvet ; Pierre-André Taguieff ; Jacques Vendroux ; Georges Bensoussan ; Christian Estrosi ; Brice Couturier ; Imam Bouna Diakhaby ; Eric Ciotti ; Jean Glavany ; Maurice Lévy ; Jean-Claude Casanova ; Jean-Robert Pitte ; Jean-Luc Hees ; Alain Finkielkraut ; Père Patrick Desbois ; Aurore Bergé ; François Heilbronn ; Eliette Abécassis ; Bernard de la Villardière ; Richard Ducousset ; Juliette Méadel ; Daniel Leconte ; Jean Birenbaum ; Richard Malka ; Aldo Naouri ; Guillaume Dervieux ; Maurice Bartelemy ; Ilana Cicurel ; Yoann Lemaire ; Michel Gad Wolkowicz ; Olivier Rolin ; Dominique Perben ; Christine Jordis ; David Khayat ; Alexandre Devecchio ; Gilles Clavreul ; Jean-Paul Scarpitta ; Monette Vacquin ; Christine Orban ; Habib Meyer ; Chantal Delsol ; Vadim Sher ; Françoise Bernard ; Frédéric Encel ; Christiane Rancé ; Noémie Halioua ; Jean-Pierre Winter ; Jean-Paul Brighelli ; Marc-Alain Ouaknin ; Stephane Barsacq ; Pascal Fioretto ; Olivier Orban ; Stéphane Simon ; Laurent Munnich ; Ivan Rioufol ; Fabrice d’Almeida ; Dany Jucaud ; Olivia Grégoire ; Elise Fagjeles ; Brigitte-Fanny Cohen ; Yaël Mellul ; Lise Bouvet ; Frédéric Dumoulin ; Muriel Beyer ; André Bercoff ; Aliza Jabes ; Jean-Claude Zylberstein ; Natacha Vitrat ; Paul Aidana ; Imam Karim ; Alexandra Laignel-Lavastine ; Lydia Guirous ; Rivon Krygier ; Muriel Attal ; Serge Hefez ; Céline Pina ; Alain Kleinmann ; Marie Ibn Arabi-Blondel ; Michael Prazan ; Jean-François Rabain ; Ruth Aboulkheir ; Daniel Brun ; Paul Aidane ; Marielle David ; Catherine Kintzler ; Michèle Anahory ; Lionel Naccache ; François Ardeven ; Thibault Moreau ; Marianne Rabain-Lebovici ; Nadège Puljak ; Régine Waintrater ; Michèle Anahory ; Aude Weill-Raynal ; André Aboulkheir ; Elsa Chaudun ; Patrick Bantman ; Ruben Rabinovicth ; Claire Brière-Blanchet ; Ghislaine Guerry ; Jean-Jacques Moscovitz ; André Zagury ; François Ardeven ; Estelle Kulich ; Annette Becker ; Lilianne Lamantowicz ; Ruth Aboulkheir ; Christine Loterman ; Adrien Barrot ; Talila Guteville ; Florence Ben Sadoun ; Michèle Anahory ; Paul Zawadzki ; Serge Perrot ; Patrick Guyomard ; Marc Nacht ; André Aboulkheir ; Laurence Bantman ; Josiane Sberro ; Anne-Sophie Nogaret ; Lucile Gellman ; Alain Bentolila ; Janine Atlounian ; Claude Birman ; Danielle Cohen-Levinas ; Laurence Picard ; Sabrina Volcot-Freeman ; Gérard Bensussan ; Françoise-Anne Menager ; Yann Padova ; Evelyne Chauvet ; Yves Mamou ; Naem Bestandji ; Marc Knobel ; Nidra Poller ; Brigitte-Fanny Cohen ; Joelle Blumberg ; Catherine Rozenberg ; André Aboulkheir ; Caroline Bray-Goyon ; Michel Tauber ; André Zagury ; Laura Bruhl ; Eliane Dagane ; Paul Zawadzki ; Michel Bouleau ; Marc Zerbib ; Catherine Chalier ; Jasmine Getz ; Marie-Laure Dimon ; Marion Blumen ; Simone Wiener ; François Cahen ; Richard Metz ; Daniel Draï ; Jacqueline Costa-Lascoux ; Stéphane Lévy ; Arthur Joffe ; Antoine Molleron ; Liliane Kandel ; Stéphane Dugowson ; David Duquesne ; Marc Cohen ; Michèle Lévy-Soussan ; Frédéric Haziza ; Martine Dugowson ; Jonathan Cohen ; Damien Le Guay ; Patrick Loterman ; Mohamed Guerroumi ; Wladi Mamane ; William de Carvalho ; Brigitte Paszt ; Séverine Camus ; Solange Repleski ; André Perrin ; Sylvie Mehaudel ; Jean-Pierre Obin ; Yael Mellul ; Sophie Nizard ; Richard Prasquier ; Patricia Sitruk ; Renée Fregosi ; Jean-Jacques Rassial ; Karina Obadia ; Jean-Louis Repelski ; Edith Ochs ; Jacob Rogozinski ; Roger Fajnzylberg ; Marie-Helène Routisseau ; Philippe Ruszniewski ; André Senik ; Jean-François Solal ; Paule Steiner ; Jean-Benjamin Stora ; Anne Szulmajster ; Maud Tabachnik ; Daniel Tchenio ; Julien Trokiner ; Fatiha Boyer ; Cosimo Trono ; Henri Vacquin ; Caroline Valentin ; Alain Zaksas ; Slim Moussa ; Jacques Wrobel ; Roland Gori ; Nader Alami ; Céline Zins ; Richard Dell’Agnola ; Patrick Beaudouin ; Barbara Lefebvre ; Jacques Tarnéro ; Georges-Elia Sarfat ; Lise Boëll ; Jacques Wrobel ; Bernard Golse ; Céline Boulay-Esperonnier ; Anne Brandy ; Imam Karim ; Sammy Ghozlan.

sábado, 29 de abril de 2017

El colaboracionista es el otro

Las encuestas -¡al fin!- acertaron: El candidato de En Marche! Emmanuel Macron (24,01%) se impuso en la primera vuelta de la elección presidencial, seguido por el Frente Nacional de Marine Le Pen (21,30%), y volverán a enfrentarse el 7 de mayo en el balotaje.

La primera e inmediata enseñanza para quien vio en 2002 la sorpresiva calificación de Jean Marie Le Pen a la segunda vuelta, es que el pavor que se había apoderado de los franceses por la calificación del ultraderechista Frente Nacional ya no estaba ahí. El pánico de la población que no había votado por el partido que tenía al frente a un negacionista, sindicado como torturador, y que había confederado a neonazis, católicos tradicionalistas y nostálgicos de Pétain había engendrado de inmediato una alianza sagrada, un cordón sanitario de emergencia llamado “Frente Republicano” entre las fuerzas de izquierda y de derecha clásica (de conservadores a neoliberales pasando por gaullistas) para darle un triunfo aplastante a Jacques Chirac, que aparecía como el garante del sistema democrático frente al fascismo.

Algo muy distinto ocurrió partir de las 20:00 de domingo, cuando fueron divulgados los resultados oficiales en televisión. Ciertamente, los socialistas, o lo que quedaba de ellos tras su peor derrota (un ridículo 6,36%), pedían el voto para el ex ministro de Economía de François Hollande. Los conservadores de Fillon, terceros (con un amargo 20,01% que atribuyen a la prensa ensañada con los escándalos del ex primer ministro) también llamaron, en general y rápido, a apoyar a quien muchos consideran en ese campo un joven liberal pragmático.
Las tapas del diario de izquierda Libération tras la primera vuelta de 2012 y la
de pasado domingo 23 de abril de 2017.


Pero los discursos no revestían la solemnidad y urgencia de 2002. La banalización del Frente Nacional operada por Marine Le Pen había dado sus frutos, y en la prensa circulan hoy como si nada un comparativo de sus primeras medidas con las de Macron; el diario de izquierda Libération, que en su momento tituló con letras catástrofes con un “NON”, constaba al día siguiente del segundo puesto de Marine Le Pen simplemente que Macron estaba “a un escalón” del poder, muy lejos de dramatizar la situación.

Del frente antifascista al ni-ni

La novedad vino, primero, de la izquierda radical de Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon. Durante la campaña se le había reprochado las muchas semejanzas entre sus propuestas y las de Marine Le Pen. La voluntad de abandonar esta Unión Europea, el proteccionismo, la lucha contra la mundialización y el sistema financiero, su benevolencia con Vladimir Putin, por una “paz antiimperialista”, su discurso anti-casta son algunos de los denominadores comunes de lo que se supone son las antípodas del espectro político francés. Y sin embargo, Mélenchon,  lejos de echar por tierra esos paralelismos, esa noche, no dio consigna de voto. Durante toda la semana, la izquierda (la que se sitúa a la izquierda del Partido Socialista, pero también una izquierda que no se identifica con ninguna familia en particular) se desgarró entre quienes pedían la obviedad de un voto antifascista contra del Frente Nacional votando a Macron con la nariz tapada y quienes optaban por la abstención o el voto en blanco porque que no votarían por lo que consideran un banquero ultraliberal.

La historia registrará el patetismo del secretario del Partido Comunista Francés (PCF) Pierre Laurent implorando a Mélenchon el llamado a votar por Macron.  Es el viejo PCF desertado por los jóvenes y los obreros que supo gobernar con los socialistas y que hoy no es más que un club de la tercera edad rogándole a la nueva izquierda radical que hoy reconquista el voto joven y de los desempleados, inspirados en la renovación de la izquierda latinoamericana, Podemos y Syriza.

Así las cosas, el Frente Nacional salió de inmediato a buscar aliados. No tratando de seducir a la derecha conservadora, lo que hubiese parecido natural, sino a la extrema izquierda. Primero, con un panfleto con una lista de 16 puntos en que aparecían las coincidencias programáticas del FN y de Francia Insumisa. Y, este viernes, Marine Le Pen publicó en las redes sociales un video directamente dirigido a los “insumisos” de Mélenchon, recordando todo lo que a su juicio tienen en común estos dos populismos que hacen hincapié en la soberanía, el odio a la UE y la mundialización encarnada por Macron.
Panfleto del Frente Nacional mostrando coincidencias
con Francia Insumisa de Mélenchon. 


Horas después después, Mélenchon salía de su mutismo para decir tres cosas: que iría a votar (no se abstendría), que no votaría por el Frente Nacional y que no llamaría a votar por Macron. Estamos muy lejos de la izquierda antifascista. Este ni-ni del jefe de la izquierda radical deja desamparados a sus electores y otorga indirectamente un certificado de normalidad a Marine Le Pen, que si llega al 40% que auguran las encuestas el 7 de mayo estará en muy buenas condiciones para pelear las elecciones legislativas de junio.

Entretanto, en las redes sociales los electores de Mélenchon debaten y se insultan. Uno de los epítetos que más vuelan es el de “collabo” (por los colaboracionistas con el régimen nazi durante la Ocupación de Francia). Algunos lo usan para calificar la pasividad de Mélenchon frente a la amenaza que representa un voto frontal contra un partido xenófobo, otros para condenar a quienes votarán a Macron, asegurando la victoria del neoliberalismo, considerado por ellos el peor de los peligros.
Lo curioso es que en la otra punta del abanico político francés, como en una simetría absurda, la acusación de “collabo” también tiene el viento en popa. Este viernes, Nicolas Dupont Aignan, quien recabó el 4,70% de los votos el domingo, selló una alianza con Marine Le Pen (MLP). Este sábado, MLP anunció que Dupont Aignan sería su primer ministro (de ganar las presidenciales y obtener una mayoría en las legislativas de junio). Este conservador, que se adjudica la herencia política de De Gaulle, siempre se situó entre la derecha republicana y la extrema derecha. Hoy, sus aliados conservadores de ayer lo tratan de “collabo” por aliarse con el partido que supo aglutinar a los nostálgicos del régimen de Vichy.

Lo curioso es que la extrema derecha también está usando el término “collabo” para referirse a quienes votarán a Macron. Desde la perspectiva de la ultraderecha y la alt-right camembert, los invasores de hoy son los musulmanes y la globalización al poder que trae Macron es un golpe a quienes resisten defendiendo el modo de vida francés y europeo. Quien ha teorizado esta visión es el escritor Renaud Camus a través del concepto de “El Gran Reemplazo”. Esta teoría muy exitosa entre los conspiracionistas explica que las instituciones europeas, el capitalismo salvaje y los medios -una plutocracia mundialista- crean las condiciones para que la población autóctona francesa sea progresivamente reemplazada por la de origen africano, vivida como una ocupación de Francia.

sábado, 15 de abril de 2017

Marine Le Pen and the Jews


Just nine days before the first round of the French Presidential elections, polls are suggesting that Marine Le Pen and Emmanuel Macron are neck and neck in the race for first place. In any case, the same polls say that Le Pen, head of the French National Front (FN), won’t be able to win the second round, regardless of who her opponent might be.

But considering the spectacular rise and rise in support that the FN has seen recently, and considering how unreliable polls have been of late, failing to predict Brexit and Trump, a far-right victory in France has ceased to be a mere piece of science fiction. In this context, what would President Marine Le Pen mean for France and the Jews who call it home?

The first thing to ask would be whether or not Le Pen has really, genuinely changed the party, having taken the reins from her father, Jean Marie Le Pen. Le Pen senior has been charged for the anti-Semitic remarks in which he described the Holocaust as a mere ‘detail’ in history, and more recently has provoked outrage for calling a Jewish singer part of the fournée that he’ll get next time (an alleged reference to gas chambers).

One particularly widespread opinion is that Marine has changed the party’s appearance, bringing its shop window up to date, giving it a gloss of respectability and modernity. It’s something that would mark a successful return for the FN, back from the somewhat malicious reputation that for a while it had. The rebranding has allowed Le Pen to convert the FN from a small platform that her father founded into a viable party for government.

In this sense, the battle over who would succeed to the party’s leadership, which saw Jean Marie Le Pen excluded from its upper echelons (today he’s barely the honorary president), sowed a seed of doubt: is it all a bit too staged? A sort of unresolved Oedipal complex? Or is it a genuine attempt to front up, ideologically, to the party’s more challenging wing?

Beyond all that speculation, one thing we do know is that Marine La Pen has no anti-Semitic comments or Holocaust denials to her name. Interviewed time and again by Jewish journalists and the family-members of its victims, she has called the Holocaust ‘the abomination of abominations’.

A couple of recent remarks however have had people wondering if perhaps Marine Le Pen is starting to pick up the gauntlet that her father had thrown down. A few days ago, she commented that France ‘wasn’t responsible’ for the Vel d’Hiv Roundup, where 13,000 Jews were arrested in a mass raid and held in a Paris Velodrome in 1942. Those detained were eventually taken to Nazi extermination camps across Europe. Le Pen’s argument – that the France occupied by the Nazis wasn’t the real France, which instead could be found alongside Charles de Gaulle in London – had been the official French position until Jacques Chirac’s U-turn in 1995. ‘France, on that day, committed the irreparable,’ Chirac would admit.

Le Pen’s comments were unanimously condemned. To defend herself, she alluded to the Israeli newspaper MakorRishon. In the interview, the FN leader rejected any accusations of antisemitism.

‘The truth is that lots of French Jews vote for us because they know very well that, not only am I not an anti-Semite, but I am also their best weapon against antisemitism,’ she claimed.


Jews that vote for Marine Le Pen?

There are an estimated 500,000 Jews in France, which constitutes less than 1% of the population. Until the 1970s, the Jews had traditionally lent towards left-wring parties. This all changed in the 2000s, during the Second Intifada, where France saw a surge in anti-Semitic activity – synagogues burnt, schools attacked, assaults – the likes of which hadn’t been seen since the end of the Second World War. The left wing remained conspicuously silent, appearing to play down the risk of radical Islamism. As a result, a proportion of the Jewish vote threw themselves towards Nicolas Sarkozy, who in 2002 began to channel this anger into votes. Some other thousands of Jews chose to leave or Israel as part of an unprecedented wave of migration.

The one thing that’s certain is that, for today’s French Jews, the most imminent and concrete existential threat in the streets of France doesn’t look like skinheads or populists, but rather like Mohamed Merah (the Toulouse shooter who murdered seven people, including three children at a Jewish school), Youssouf Fofana (who kidnapped and killed Ilan Halimi), or Amédy Coulibaly (the murderer at the kosher supermarket), amongst other recent, fatal anti-Semitic attacks.

Where the left in France has denied the existence of an Islamist antisemitism and played down anti-Jewish attacks, it has left French Jews with almost nowhere to go. It’s a vacuum that the FN and Marine Le Pen have taken advantage of, promising a firm stance against political Islam and electing herself defender of France’s much-maligned secularism. It’s an ideological pirouette.

The FN is the party that’s home to France’s traditional Catholics (as well as France’s monarchists, France’s neo-Nazis, and France’s nostalgic few who miss Pétain’s Vichy), who have opposed the separation of Church and State ever since it was enshrined in law in 1905.

Either through conviction or through happy circumstance, Le Pen has flown the flag for secular France. It’s a flag that the left have been happy to leave behind, instead defending multiculturalism. They have been criticised for apparently forgetting the promise of egalité for all in favour of a new buzzword – diversité – and the community values that it espouses.

Catholic traditionalists seem to feel more comfortable today with the conservation François Fillon, who falls in line with the many organisers of the anti- Gay Marriage campaign in France, and with the younger Marion Maréchal Le Pen, who, ideologically speaking, is the apple that falls closer Jean Marie’s apple tree.

The shift in existential threat, the left’s lax attitude towards Islamist antisemitism, and Marine Le Pen’s position as the best defence against Islamist terror combine to explain that some proportion of France’s Jews see the FN, historically the party that collaborated with the Nazis, in a new light.

According to a Ifop poll, 13.5% ofself-defining Jews voted for Marine Le Pen in 2012, a substantial leap from the4.4% that had voted Jean Marie Le Pen for president in 2002. This development indicates that the Jewish vote has followed a similar trend to the rest of the French population. Above all, it seems to show that the taboo of supporting the FN is disappearing for France’s Jews, as well as for France’s general population.

But the Jewish vote, if it exists, is far from homogenous, and the FN’s opportunistic narrative of threat and saviour is drawing a line down an already fractious Jewish community.

Now then, more than whether Le Pen has shifted the traditional party line away from its origins and towards a Trump-style populism, she might just be the tip of the iceberg. An FN government would mean that its local vigilantes might also come to power.


Invariably, where the FN has had power locally, they have indicated that the fascist leanings of Jean Marie Le Pen’s party are still intact. The nostalgia for a hypothetical pure France, for a country which might discriminate between the pure-blooded French and the rest, for a purge of public libraries and events – not to mention for the corruption and improvised government that came with it – make it clear that the small-scale issues locally might lead to disaster on a national level: a country in the hands of ignorant and chauvinist leaders. The militants at local level and across social media make it clear that racism and antisemitism, widespread throughout the party, revved on by the Alt Right and by pro-Putin trolls, are alive and well.

Translated from Spanish by Josh Marks 

viernes, 14 de abril de 2017

Marine Le Pen y los judíos


La prensa judía de Francia e Israel examina el caso Marine Le Pen.
A nueve días de la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas, los sondeos vaticinan que Marine Le Pen está cabeza a cabeza con Emmanuel Macron para llegar en primer lugar, mientras en cualquier caso la dirigente del Frente Nacional (FN) perdería en el balotaje, más allá de quien sea su adversario.

Pero vista la espectacular progresión de la adhesión que genera el FN, la poca fiabilidad de los sondeos que no vieron venir ni el Brexit ni el triunfo de Donald Trump, una victoria del partido de extrema derecha francés ha dejado de ser una hipótesis de ciencia ficción.
En este contexto, ¿qué significa para los judíos de Francia la perspectiva de Marine Le Pen presidenta?

La primera cuestión es si Marine Le Pen ha cambiado realmente a su partido tras suceder a su padre, condenado por antisemitismo por haber dicho que el Holocausto era “un detalle de la historia”, y a quien le gusta hacer dudosos juegos de palabras con las cámaras de gas, para delicia de sus simpatizantes.

Una de las opiniones más extendidas es que Marine Le Pen ha operado un cambio de fachada, modernizando la vidriera del partido, dándole un barniz de respetabilidad y modernidad, lo que habría redundado en una “desdiabolización” exitosa de su formación. Esta operación le habría permitido transformar al FN, que de una tribuna testimonial manejada como una Pymes por su fundador se habría convertido en un partido de gobierno.

En este sentido, la guerra de sucesión que culminó con Jean Marie Le Pen excluido de las instancias dirigentes del partido (hoy es apenas el “presidente de honor”) sembró la duda sobre si se trataba de una puesta en escena, de un Edipo mal resuelto o de un auténtico enfrentamiento ideológico entre dos concepciones políticas.

Más allá de las especulaciones, lo que sabemos es que a Marine Le Pen no se le conocen declaraciones antisemitas ni negacionistas. Entrevistada en varias ocasiones por periodistas judíos de familias de deportados, ha calificado el Holocausto de “abominación de las abominaciones”.

Sus primeros dichos que parecieron retomar la antorcha paterna son recientes, cuando declaró días atrás que Francia “no había sido responsable” de la redada de 13.000 judíos llamada del Vel D’hiv, en París en 1942. Los detenidos fueron conducidos a campos de exterminio. La posición  que consiste en decir que la Francia ocupada por los nazis no era la verdadera Francia  -sino que la auténtica se encontraba en Londres con De Gaulle- fue la posición asumida por el Estado francés hasta que Jacques Chirac en 1995 cambió de discurso y concedió que “Francia, ese día, cometió lo irreparable”.

La condena a las declaraciones de Marine Le Pen fue unánime.Ella eligió para defenderse al periódico israelí  Makor Rishon. Durante la entrevista, la hija del fundador del Front National rechazó las acusaciones de antisemitismo.

“Lo cierto es que muchos judíos franceses votan por nosotros porque saben muy bien que no sólo no soy antisemita, también soy la mejor arma para protegerlos”, sostuvo.

¿Judíos que votan por Marine Le Pen?

La comunidad judía de Francia es estimada en 500.000 personas, menos del 1% de la población. Hasta los años 70, los judíos votaban tradicionalmente por la izquierda. El quiebre llegó en los años 2000, durante la segunda Intifada. Entonces Francia conoció una ola de actos antisemitas (incendios de sinagogas, colegios judíos, golpizas callejeras) que no se había registrado en el país desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. El silencio de la izquierda ante actos provocados por una parte de la población de origen musulmana y la relativización del peligro de la radicalización islámica llevaron al divorcio, y  un sector del “voto judío” se volcó hacia Nicolas Sarkozy, quien en 2002 supo canalizar esta angustia ante una nueva amenaza. Otros miles de judíos optaron por partir a Israel, en una ola migratoria sin precedentes.

Lo cierto es que para el judío hoy el peligro existencial más concreto e inminente en las calles de Francia no tiene la cara de skinheads o populistas europeos, sino la de Mohamed Merah (el asesino de Toulouse que mató a chicos judíos en una escuela), Youssouf Fofana (el secuestrador y verdugo del joven Ilan Halimi) o Amédy Coulibaly (el asesino del supermercado kosher), entre otras matanzas antisemitas recientes.

La negación de la existencia de un antisemitismo islámico, de la relativización de los actos antijudíos y del avance del integrismo por parte de la izquierda en Francia han dejado a los judíos de Francia con una sensación de desamparo. Este vacío ha sido aprovechado por el FN de Marine Le Pen, que promete firmeza ante el islam político y se erige como defensora del laicismo. Esto supone una pirueta ideológica.

El FN es un partido que alberga entre muchas familias (monárquicos, identitarios, nostálgicos de Pétain, neonazis…) a los católicos tradicionalistas, quienes históricamente se oponen a la separación entre la iglesia y el Estado garantizada por una ley de 1905.

Por convicción o conveniencia, Marine Le Pen tomó la bandera del laicismo que había dejado tirada en el suelo la izquierda, que hoy defiende el multiculturalismo y se olvida de la promesa universalista de igualdad para defender en cambio la “diversidad” y el comunitarismo.

Los tradicionalistas católicos parecen hoy sentirse más cómodos con el conservador François Fillon, que se rodea de los organizadores de las manifestaciones contra el casamiento homosexual, y con la joven Marion Maréchal Le Pen, que, desde el punto de vista ideológico, parece ser la verdadera heredera política de Jean Marie Le Pen.

El cambio de la amenaza existencial y la actitud de la izquierda ante el antisemitismo islamista, la aparición de Marine Le Pen como mejor “arma” contra el integrismo musulmán explica que una parte de los judíos miren con otros ojos al Frente Nacional, históricamente el partido del colaboracionismo y el negacionismo.

Según un sondeo de la encuestadora Ifop, el 13,5%  de personas que se dicen judías (en Francia las estadísticas étnicas están prohibidas) votó en 2012 por Marine Le Pen, una cifra muy superior al 4,4% de adhesión que registraba Jean Marie Le Pen como candidato presidencial en 2002. Esta evolución indica que el voto judío siguió una tendencia similar a la del resto de la población francesa, pero sobre todo que el tabú de apoyar al FN se disuelve también para los judíos.

El “voto judío”, de existir (¿Quién es judío? ¿En qué medida incide este judaísmo a la hora de votar?), no es monolítico y su visión de amenaza o salvavidas oportunista de Frente Nacional divide a una colectividad de por sí muy fragmentada.

Ahora, más allá de que Marine Le Pen haya dado un giro en la línea tradicional de su partido, alejándose  de sus orígenes y acercándose  al populismo de Donald Trump, ella es apenas la punta visible de un iceberg. Un gobierno del Frente Nacional supone que sus militantes y responsables locales lleguen al poder.

Invariablemente, en las experiencias locales del FN gobernando, éstos han demostrado que los reflejos fascistas del partido fundado por Jean-Marie Le Pen siguen intactos. La nostalgia de una hipotética Francia pura, la discriminación entre franceses “de pura cepa” y los otros, la purga de bibliotecas públicas y eventos culturales, sin mencionar los hechos de corrupción y de improvisación en la gestión, han dado una idea a pequeña escala del desastre que sería a nivel nacional un país en manos de la ignorancia y el chauvinismo. Los militantes de base en las redes sociales también muestran que el racismo y antisemitismo fundador del partido, alimentado hoy por la Alt Right y los trolls de Putin, sigue vivo y goza de buena salud.