martes, 3 de julio de 2018

"La circulación de las ideas en la era de las redes sociales”



*Apunte utilizado durante la Noche de la Filosofía, el 30 de junio de 2018 en el CCK de Buenos Aires. El texto sirvió como guía para la exposición ante el auditorio.

Buenas noches y bienvenidos a este encuentro que lleva por título “La circulación de las ideas en la era de las redes sociales” en el marco de la Noche de la Filosofía.

Antes que todo les aclaro que durante la exposición pueden usar sus celulares para decirle a alguien que están acá, sacar fotos de la arquitectura del lugar o burlarse de quien les habla. Es lo que harán de todas formas, con mayor o menor discreción. Y de eso trata esta cita: de ver cómo se enuncian, se mueven y los efectos que producen las ideas en este ecosistema digital frenético, donde la atención está permanentemente solicitada. Empecemos por este aspecto.

Porque éste es uno de los obstáculos que parecen más evidentes para reflexionar en un sistema regido por la economía de la atención: una alianza de la distracción y la adicción maximizadas por una conexión permanente.

Facebook, Twitter, Instagram gastan una ingente cantidad de recursos para que nos quedemos el mayor tiempo posible dentro de su producto. Diseñan los mecanismos de dependencia, como un buen dealer.

El ex presidente de Facebook, Sean Parker, que hoy se presenta como un objetor de conciencia,  resumía hace poco así los objetivos de la empresa de Mark Zuckerberg, utilizada por 2.200 millones de individuos.

"El razonamiento que condujo a construir estas aplicaciones, de las cuales Facebook es la primera, fue ver cómo logramos consumir la mayor cantidad de tu tiempo y atención consciente que sea posible. Y eso significa que tenemos que darte algo así como un toquecito de dopamina cada tanto, porque alguien le dio 'me gusta' o comentó una foto o una publicación o lo que sea, y eso hará que aportes más contenido, y eso hará que recibas más ‘me gusta’ o comentarios… es un circuito cerrado de retroalimentación de validación social".

La distracción permanente en una economía de la atención es algo que todos experimentamos. La incapacidad para leer, escribir, prestar atención a algo durante demasiado tiempo porque el toque de dopamina nos llama, la sensación de estar perdiéndonos de algo que requiere imperiosamente nuestra atención.

Distracción, desvío de la curiosidad con temas triviales… A esta solicitación permanente, le podemos añadir otros motivos para cuestionar las redes sociales como espacio de reflexión: el bullying, los trolls pagos o aficionados, la confirmación del sesgo que implica agruparse y validar las opiniones de su propia tribu que se retroalimenta en circuito cerrado y es impermeable a planteos contradictorios.

Todas estas taras parecen el enemigo perfecto del pensamiento, del cuestionamiento, de la duda, que requieren serenidad, tiempo de asimilación de lo novedoso antes de opinar, una contextualización histórica, una confrontación entre personas formadas y autorizadas para opinar con distancia del hecho comentado. Y sin embargo, la producción y circulación de ideas ocurre y con una velocidad jamás alcanzada. Y ocurre, sobre todo, con la peor de todas las redes sociales.

La peor de todas

Agresiva, superficial, tóxica, polarizadora: Twitter tiene la peor reputación de todas. Aquí, el usuario no tiene “amigos”, sino “seguidores”. No usa esta plataforma para poner la foto del viaje familiar en la playa ni del plato exótico recién servido en un lugar de moda como Instagram, y menos aún da “likes” a mensajes inspiracionales posteados por su tía  en Facebook. Twitter es el lugar de la invectiva, del odio, la chicana o la frustración. Es un dispositivo adictivo en el que el usuario no se consigue un nuevo trabajo como con LinkedIn, sino que lo pierde por irse de boca.

Twitter, dicen, es el enemigo de la serenidad necesaria para el diálogo y la contextualización de la información. Si el periodismo es el primer borrador de la historia, Twitter es su primera reacción en letras de imprenta.

Twitter es hoy el primer lugar donde estalla la información, donde se imponen los temas del día en los medios y, sobre todo, ocurre lo que a priori no debería ocurrir: se debate sobre temas de fondo. No es cuestión de engañarse, la inmensa mayoría de los 500 millones de Tuits enviados cada día son tonterías. Y de los 1.300 millones de cuentas existentes, tan sólo 330 millones están activas. Pero Twitter no es sólo ruido.

Es el lugar donde una usuaria expone una indignación personal y la convierte en una bola de nieve que termina en una manifestación y fenómeno social como el #NiUnaMenos primero y el #MeeToo y su versión francesa #BalanceTonPorc en Francia después. La discusión sobre la legalización del aborto, que dio lugar a testimonios en primera persona, a la opinión de especialistas, a grupos de presión de uno y otro lado, también se dio en buena parte por Twitter. Tal vez hayan visto hace unos días el tuit de la escritora canadiense Margaret Atwood, la autora de El cuento de la Criada, abogando por la legalización del aborto ante la vicepresidenta argentina.

 La misma militancia la encontramos con la denuncia del voto electrónico en Argentina. Como antes la Primavera Árabe y hoy el derecho a no llevar velo en Irán. No es casual que en las dictaduras, una de las primeras cosas que cortan son las redes sociales.

Y no se trata sólo de discusiones sobre temas de actualidad. Aquí tenemos fresco el fenómeno impulsado por el académico Pablo Maurette que puso a leer a gente de toda Iberoamérica primero la Divina Comedia y ahora al Quijote, para desconcierto de libreros de muy materiales librerías que no entienden el súbito entusiasmo por los clásicos de la literatura universal.

En Argentina, hace algunos meses vimos debatir sobre la Guerra del Paraguay y la confrontación de dos historiadoras con miradas antagónicas, un comentario sobre el siglo 19 al que se sumó el exarquero paraguayo José Luis Chilavert. Después el todo fue retomado por los medios tradicionales, que se nutren de la denostada materia prima que crece aquí. Son discusiones horizontales que muchas veces son bullicio y a veces se vuelven mágicas.

La nueva conversación

¿Pero qué es esta discusión? A veces es lo más parecido a un grupo de gente que se detiene frente a un accidente de tránsito y empieza a dar su parecer. Otras a un bar donde se comentan las noticias que van apareciendo en la tele. En sus mejores momentos, se asemejan a las tertulias de café del siglo 19, donde las reputaciones de bohemios, literatos, se ganaban y se perdían en medio de justas verbales épicas, mientras se creaban capillas, bandos antagonistas.

En grandes líneas, la Academia y la vieja escuela del periodismo detestan a Twitter. Pero no pueden vivir sin él. Un cuarto de las cuentas verificadas son de periodistas y el 83% de los líderes mundiales tuitea.

No pueden ignorarla. No desde que un pakistaní comentó en Twitter en la madrugada del 2 de mayo de 2011 el extraño sobrevuelo de helicópteros en su pueblo (anunciando la captura de Osama bin Laden), hasta el día de hoy en que “el líder del mundo libre” echa a su canciller o llama hombre cohete al dictador norcoreano con el riesgo de desatar una guerra atómica en menos de 280 caracteres. El líder de la mayor potencia mundial lo sabe, y por eso fija la agenda nacional e internacional de noticias tuiteando temprano por la mañana con su celular.

Twitter se ha convertido en el principal vector de noticias  y un termómetro extremadamente reactivo a la realidad. Tiene la ambivalencia de ser fútil y serio al mismo tiempo. Su estatuto es de hecho materia de debate jurídico. Al inicio de su presidencia, la Casa Blanca precisó que los tuits de Donald Trump eran declaraciones oficiales. Más tarde, una jueza estableció que Trump debía abstenerse de bloquear a usuarios si no quería violar la libertad de expresión. Es un asunto que le sonará a más de un argentino presidencialmente bloqueado en un pasado reciente.

Trump desde un primer momento dijo que las redes sociales serían el motor de su campaña a la hora de promover sus ideas con el grueso de la prensa en contra. Recordemos que de los 100 diarios de mayor circulación en EEUU, sólo dos: El Las Vegas Review Journal y el Florida Times Union apoyaron a Trump, un endorsement de una debilidad inédita para un candidato de los dos grandes partidos en este tipo de contienda. Que Trump se impusiese en las elecciones fue un baldazo de agua fría, entre otras cosas, para los principales medios norteamericanos, con un mea culpa del New York Times a sus lectores por no haber sabido registrar el fenómeno.

Lo cierto era que una narrativa que no era la de la prensa mainstream se había impuesto por fuera de los canales tradicionales. Una de las razones tiene que ver con la evolución de la prensa. La revolución digital privilegió el desarrollo de los grandes medios de tradición liberal, en el sentido de izquierda, instalados en las dos costas estadounidenses, con periodistas que viven y respiran la ideología de estos centros urbanos y de elite, mientras que internet fue pulverizando el otro lado del espectro ideológico: los periódicos conservadores de áreas rurales.

De este modo, se acentuó el sesgo en la percepción de las posibilidades reales de Trump y la burbuja del establishment intelectual no supo interpretar cómo calaba su mensaje entre los perdedores de la globalización, la clase trabajadora blanca que no veía en la prensa dominante un reflejo de sus ansiedades económicas y demográficas, como sí aparecían en los foros de la llamada Alt Right, la derecha alternativa, que empezando por el meme del sapo Pepe maneja un lenguaje adaptado a la sintaxis y las lógicas propias de las redes sociales.

A esta guerra de las ideas, de la competencia de las narrativas hay que agregarle, como se verificaría luego, el uso milimétrico de las redes sociales por empresas como Cambridge Analítica y la injerencia rusa. Estas también pesaron en la elección de un modo que aún se está evaluando y obligan a países democráticos a reescribir las leyes sobre divulgación de noticias y el uso de datos personales. En otras palabras, este mundo de memes, insultos fáciles y chicanas produce un discurso muy real que modifica realidades políticas. La lectura correcta del recorte geográfico de las ideologías a través de las redes sociales sirvió para ganar una elección sin siquiera tener una mayoría popular de votos. Lo que no es poco.

"Editor responsable"

No es casual que Twitter esté lleno de periodistas, politólogos, sociólogos, escritores. Una de las explicaciones es que es gente acostumbrada a escribir para un público, que usa la prosa como materia prima. También porque es una manera de ver la cocina de la información, de ir a la fuente, de consultar directamente al que está en el lugar de los hechos o al experto cuando explota la noticia. Hace poco, varios medios tradicionales se desmarcaban de las redes y se jactaban de tener editor responsable, mientras se entregaban al clickbait, esas preguntas en titulares enigmáticos que piden abrir la nota sin dar la información de entrada, y construyen una nota con tres tuits que circulan en el ecosistema de las redes sociales.

Pero para muchos, el debatir en un medio tan anárquico y ruidoso es rebajarse, ensuciarse en esta cloaca de verborrea. Es ceder a las Fake News. Tal vez haya que recordar que Fake News es un término acuñado por Donald Trump en su pulseada contra CNN, el New York Times o el Washington Post, algunos de los medios más rigurosos a la hora de informar. Y lo cierto es que nada liquida más rápido una falsa noticia que Twitter. Los fact checkers tanto de medios conocidos como de cuentas que existen sólo en Twitter patrullan constantemente poniendo en ridículo a quien se hace eco de una información errónea o de una lisa y llana mentira.

Entretanto, nacen casos como el de Eliot Higgins. Es una de las historias más populares de Twitter. Para quienes no hayan escuchado hablar de él, se trata de un ciudadano británico desempleado que se ocupaba de cuidar a su bebé en su hogar. Cuando se inició la guerra civil siria empezó sin ningún conocimiento, a monitorear con su computadora las fuentes disponibles en internet, sobre todo canales de YouTube, de la guerra en curso. En poco tiempo, este pionero autodidacta se convirtió en uno de los principales expertos a la hora de descifrar la realidad armamentística y las batallas, las noticias falsas que hace circular la propaganda de guerra. Desde 2012 puso al descubierto el uso de bombas de racimo negado hasta entonces por el gobierno sirio. Investigó sobre el uso de armas químicas y bombardeos con barriles de dinamita. Identificó los sitios de decapitación del grupo Estado Islámico. Su trabajo se convirtió en una referencia para Amnistía Internacional, Human Rights Watch y los medios más serios, como el New York Times.

Ahora, dirige Bellingcat, una plataforma de ciudadanos periodistas que utilizan la información disponible en la red, en open source, para desentrañar la verdad de la mentira en los conflictos internacionales. Entre sus trabajos más reconocidos está la investigación del desastre aéreo de Malaysian Airlines en 2014, el vuelo Amsterdam-Kuala Lumpur derribado cuando sobrevolaba el este de Ucrania. Su examen de las evidencias a partir del material disponible en la web se convirtió en una pieza fundamental para los investigadores holandeses de la tragedia. Los invito a ver cómo colabora en línea con la contribución de tuiteros de todo el mundo. Es como un Sherlock Holmes de mil cabezas: con un pedacito de foto de un tanque ruso desarticulan toda una operación de propaganda orquestada por el Kremlin.

El medio y el mensaje

Investigar, sí, ¿pero reflexionar? Es cierto que el formato de Twitter no permite extenderse, cualquier tuit puede ser sacado de contexto, insultar a un desconocido porque te saca de quicio puede costarte una reputación y el trabajo. Pero esa contingencia es también su fuerza. No se puede escribir La Odisea en Twitter. La mayéutica, el método socrático de pregunta-respuesta en el que el maestro lleva al discípulo hacia la luz del conocimiento podría ser ideal para esta plataforma, si la mala fe y las ganas de destruir al otro no fuesen la moneda corriente de Twitter. Lo que sí le calza como un guante a esta red es el aforismo. Cioran hubiese sido el rey de Twitter. La condensación del pensamiento es también un ejercicio filosófico. Se pierden matices pero se va a lo fundamental. Si la novela gana por puntos y el cuento por knock out, el tuit debe ser certero como un headshot, un disparo de francotirador a la cabeza. Sí, Twitter es violento.

 En términos gastronómicos, Twitter no será el banquete de Platón, sino más bien un maxikiosco con productos saturados de sal o azúcar para consumo instantáneo. Y por suerte podemos ir, cuando el bolsillo lo permite, tanto a la panzada del restaurante con su larga digestión como a la inmediatez de este lugar accesible las 24 horas.

En Argentina, la lectura colectiva de clásicos, los debates sobre temas de fondo transcurren en las redes sociales. En Francia, el país que eligió para vivir Ciorán, es normal ver a filósofos e intelectuales en general bajar al inframundo tuitero para defender sus ideas. Tal vez no les sean familiares, pero filósofos como Raphael Enthoven o Caroline Fourest practican este esgrima a menudo. Entre los viejos intelectuales franceses más conocidos hacen lo propio Edgar Morin o Bernard Henri Lévy.

Como hemos visto, las redes sociales han creado un cortocircuito en el sistema de circulación de la información y de las ideas tal como se desarrolló hasta el siglo pasado.

Los ámbitos académicos y mediáticos, que se retroalimentan y dan legitimidad, privilegian o censuran ciertos discursos. Replican la ideología de sus ámbitos y refuerzan lo que algunos llaman el pensamiento único, mientras otros prefieren tachar esta hegemonía ideológica de corrección política, marxismo cultural o reino de las “indentity politics”.

Hay quienes incluso quienes reivindican este sesgo imperante, como necesario para equilibrar la relación de fuerzas con los sectores conservadores o capitalistas que lideran otras áreas de poder. En todo caso, estos microclimas organizados por instituciones chocan con la insolente anarquía de las redes, que permiten generar a su vez otras burbujas.

Estos nuevos circuitos que se superponen o funcionan en paralelo, se están haciendo fuertes. En mayo el New York Times presentaba a suslectores un dossier titulado “Conozca a los renegados de la Dark WebIntelectual”. Algunos de los más conocidos son el best seller Jordan Peterson, el matemático Eric Weinstein, el neurocientífico Sam Harris, así como las feministas militantes Ayaan Hirsi Ali, Christina Hoff Summers.

Ellos se ocupan de “aquello que no se puede decir”, según el periódico de referencia estadounidense. Lo que tienen en común es promover una mirada feroz que va a contrapelo del verdadero discurso hegemónico, arrastrando a cientos de miles de seguidores, con millones de reproducciones en YouTube, replicadas por Twitter y ese otro formato que se ha convertido en un nuevo espacio autónomo, gratuito, accesible desde cualquier dispositivo electrónico y que permite largas entrevistas con pensadores: el podcast. Estos intelectuales, reñidos con los medios de legitimación tradicionales, se enfrentan en sus universidades a perder promociones o verse excluidos por ir contra la corriente. A veces son despedidos. No es casual que asistamos a una ola de escándalos en los campus de las universidades tanto de Europa como de Estados Unidos. Los intentos por llevar a figuras controvertidas que crecieron en las redes generan fuertes y a veces violentas movilizaciones de estudiantes que se oponen a que les den el micrófono a interlocutores que rechazan el discurso dominante en estos ámbitos.

Lo novedoso es que estos disidentes que surgieron al calor de YouTube y Twitter están creando métodos de ganarse la vida, a través de las redes, que permiten por, ahora tímidamente, generar una economía por fuera de estos empleadores tradicionales. Para dar una idea del fenómeno: el próximo 14 dejulio el canadiense Jordan Peterson y el estadounidense Sam Harris van adebatir en un estadio en Londres, el O2 Arena. El evento, que propone una hora y media de debate arbitrado seguido por otra hora de preguntas y respuestas del público es anunciado como el Woodstook del debate filosófico. Es decir, a través de las redes, intelectuales contestatarios crean
sus propios medios masivos de comunicación. Lo mismo ocurre con la plataforma Patreon, pensada como un sistema de mecenazgo para periodistas y pensadores que buscan una autonomía económica.

Afinidades electivas

Del otro lado, tenemos a un público agradecido por esta bocanada de oxígeno. Y este es el otro punto que habría que destacar de las redes sociales y el pensamiento: permite salir del enclave geográfico o social con un artefacto que cabe en el bolsillo. Este encontrar afinidades en el mundo, rompiendo con el entorno material inmediato no tiene precio.

Es el poder acceder a una conversación con pares o especialistas sin la mediación de empresas o instituciones interesadas en administrar el discurso. Ese placer salvador que hasta ahora ofrecía sobre todo el libro a través del diálogo entre dos soledades, la del autor y el lector, encuentra un nuevo soporte. Las afinidades electivas del usuario enuncian en tiempo real modos de interpretar los acontecimientos mientras están transcurriendo. Esto, a esta escala, es una novedad en la historia de la circulación de las ideas.

Esto tiene una contracara, el alimentarse exclusivamente con quienes opinan como uno aumentan el sesgo de confirmación, la endogamia ideológica. Hace no tantos años, había cuatro o cinco canales de televisión, tres o cuatro diarios nacionales en papel. Se podía estar a favor o en contra de lo que se decía, pero los temas a discutir estaban fijados y a los medios, que se dirigían al conjunto de la población, o al menos a grandes sectores ideológicos, les servía presentar las distintas campanas de una situación. Hoy lo único que queda de este zócalo común es probablemente el diario gratuito del transporte público, superficial porque busca el mayor consenso posible y rápidamente desechable.

Por eso, si uno va a ser su propio recorte de la realidad o su editor, tiene que elegir con cuidado sus fuentes. Depender de su gurú digital o de quien procesa la información según una ideología compartida es muy tentador, pero esta burbuja termina cortándote de la crítica legítima y a encerrándote te en la confirmación del sesgo. Una de las consecuencias más graves y dañinas que las redes han permitido en la circulación de ideas es el yihadismo. Facebook, Youtube y Telegram, con su propaganda ultraviolenta dirigida a los jóvenes, han hecho más por el terrorismo islamista que las mezquitas más radicales. Han utilizado las herramientas del siglo 21 para transportar a sociedades al siglo séptimo. El adoctrinamiento en la computadora de casa, sin que los padres estuvieran al corriente, ha sido una constante registrada en los estudios sobre el reclutamiento de combatientes que viajaron a Siria e Irak o atentaron directamente en Europa o Estados Unidos. Por supuesto se trata de un ejemplo extremo, pero ilustra el peligro de la radicalización ideológica en las redes, sin ningún intermediario. Las escuelas, tardíamente implementan hoy en Europa cursos llamados de “autodefensa intelectual” para protegerse de esta propaganda y enseñar a discriminar en medio del flujo de contenidos turbios.

Para los que ya salimos del circuito escolar, aparece cada vez más importante seguir a gente que piense distinto y hasta lo contrario de las convicciones de uno, es necesario. El sentirse ofendido no debe ser utilizado contra la libertad de expresión, que con estos nuevos canales descubre nuevos enemigos.

Sí, da lugar a choques desagradables y se estima que para levantar una crítica dañina se necesitan 10 elogios. Pero la grieta no deja de existir cuando uno ignora al que piensa lo contrario. Esa molestia es la garantía de una sociedad abierta.

El pajarico blanco sobre el fondo azul puede ocupar el lugar hoy del tábano de Atenas, como se lo llamaba a Sócrates. Un bicho que molesta y aguijonea para provocar las certezas y las creencias, manteniendo despierto el espíritu crítico. Se necesita más discusión, no menos. Porque la única alternativa que tenemos a la discusión es la guerra.




1 comentario:

Adriana barbano dijo...

Una mirada audaz y a la vez logica de lo qre representan las redes. Muy bueno