*Apunte utilizado durante la Noche de la Filosofía, el 30 de junio de 2018 en el CCK de Buenos Aires. El texto sirvió como guía para la exposición ante el auditorio.
Buenas noches y bienvenidos a este encuentro que lleva por
título “La circulación de las ideas en la era de las redes sociales” en el
marco de la Noche de la Filosofía.
Antes que todo les aclaro que durante la exposición pueden
usar sus celulares para decirle a alguien que están acá, sacar fotos de la
arquitectura del lugar o burlarse de quien les habla. Es lo que harán de todas
formas, con mayor o menor discreción. Y de eso trata esta cita: de ver cómo se
enuncian, se mueven y los efectos que producen las ideas en este ecosistema
digital frenético, donde la atención está permanentemente solicitada. Empecemos
por este aspecto.
Porque éste es uno de los obstáculos que parecen más
evidentes para reflexionar en un sistema regido por la economía de la atención:
una alianza de la distracción y la adicción maximizadas por una conexión
permanente.
Facebook, Twitter, Instagram gastan una ingente cantidad de
recursos para que nos quedemos el mayor tiempo posible dentro de su producto.
Diseñan los mecanismos de dependencia, como un buen dealer.
El ex presidente de Facebook, Sean Parker, que hoy se
presenta como un objetor de conciencia, resumía hace poco así los objetivos de la
empresa de Mark Zuckerberg, utilizada por 2.200 millones de individuos.
"El razonamiento
que condujo a construir estas aplicaciones, de las cuales Facebook es la
primera, fue ver cómo logramos consumir la mayor cantidad de tu tiempo y
atención consciente que sea posible. Y eso significa que tenemos que darte algo
así como un toquecito de dopamina cada tanto, porque alguien le dio
'me gusta' o comentó una foto o una publicación o lo que sea, y eso hará que
aportes más contenido, y eso hará que recibas más ‘me gusta’ o
comentarios… es un circuito cerrado de retroalimentación de validación
social".
La distracción
permanente en una economía de la atención es algo que todos experimentamos. La
incapacidad para leer, escribir, prestar atención a algo durante demasiado
tiempo porque el toque de dopamina nos llama, la sensación de estar
perdiéndonos de algo que requiere imperiosamente nuestra atención.
Distracción, desvío de la curiosidad con temas triviales… A
esta solicitación permanente, le podemos añadir otros motivos para cuestionar
las redes sociales como espacio de reflexión: el bullying, los trolls pagos o aficionados,
la confirmación del sesgo que implica agruparse y validar las opiniones de su
propia tribu que se retroalimenta en circuito cerrado y es impermeable a
planteos contradictorios.
Todas estas taras parecen el enemigo perfecto del
pensamiento, del cuestionamiento, de la duda, que requieren serenidad, tiempo
de asimilación de lo novedoso antes de opinar, una contextualización histórica,
una confrontación entre personas formadas y autorizadas para opinar con
distancia del hecho comentado. Y sin embargo, la producción y circulación de
ideas ocurre y con una velocidad jamás alcanzada. Y ocurre, sobre todo, con la
peor de todas las redes sociales.
La peor de todas
Agresiva, superficial, tóxica, polarizadora: Twitter tiene
la peor reputación de todas. Aquí, el usuario no tiene “amigos”, sino
“seguidores”. No usa esta plataforma para poner la foto del viaje familiar en
la playa ni del plato exótico recién servido en un lugar de moda como Instagram,
y menos aún da “likes” a mensajes inspiracionales posteados por su
tía en Facebook. Twitter es el lugar de la invectiva, del odio, la
chicana o la frustración. Es un dispositivo adictivo en el que el usuario no se
consigue un nuevo trabajo como con LinkedIn, sino que lo pierde por irse de
boca.
Twitter, dicen, es el enemigo de la serenidad necesaria para
el diálogo y la contextualización de la información. Si el periodismo es el
primer borrador de la historia, Twitter es su primera reacción en letras de
imprenta.
Twitter es hoy el primer lugar donde estalla la información,
donde se imponen los temas del día en los medios y, sobre todo, ocurre lo que a
priori no debería ocurrir: se debate sobre temas de fondo. No es cuestión de
engañarse, la inmensa mayoría de los 500 millones de Tuits enviados cada día
son tonterías. Y de los 1.300 millones de cuentas existentes, tan sólo 330
millones están activas. Pero Twitter no es sólo ruido.
Es el lugar donde una usuaria expone una indignación
personal y la convierte en una bola de nieve que termina en una manifestación y
fenómeno social como el #NiUnaMenos primero y el #MeeToo y su versión
francesa #BalanceTonPorc en Francia después. La discusión sobre la
legalización del aborto, que dio lugar a testimonios en primera persona, a la
opinión de especialistas, a grupos de presión de uno y otro lado, también se
dio en buena parte por Twitter. Tal vez hayan visto hace unos días el tuit de
la escritora canadiense Margaret Atwood, la autora de El cuento de la Criada,
abogando por la legalización del aborto ante la vicepresidenta argentina.
La misma militancia
la encontramos con la denuncia del voto electrónico en Argentina. Como antes la
Primavera Árabe y hoy el derecho a no llevar velo en Irán. No es casual que en
las dictaduras, una de las primeras cosas que cortan son las redes sociales.
Y no se trata sólo de discusiones sobre temas de actualidad.
Aquí tenemos fresco el fenómeno impulsado por el académico Pablo Maurette que
puso a leer a gente de toda Iberoamérica primero la Divina Comedia y ahora al
Quijote, para desconcierto de libreros de muy materiales librerías que no
entienden el súbito entusiasmo por los clásicos de la literatura universal.
En Argentina, hace algunos meses vimos debatir sobre la
Guerra del Paraguay y la confrontación de dos historiadoras con miradas
antagónicas, un comentario sobre el siglo 19 al que se sumó el exarquero
paraguayo José Luis Chilavert. Después el todo fue retomado por los medios
tradicionales, que se nutren de la denostada materia prima que crece aquí. Son
discusiones horizontales que muchas veces son bullicio y a veces se vuelven
mágicas.
La nueva conversación
¿Pero qué es esta discusión? A veces es lo más parecido a un
grupo de gente que se detiene frente a un accidente de tránsito y empieza a dar
su parecer. Otras a un bar donde se comentan las noticias que van apareciendo
en la tele. En sus mejores momentos, se asemejan a las tertulias de café del
siglo 19, donde las reputaciones de bohemios, literatos, se ganaban y se
perdían en medio de justas verbales épicas, mientras se creaban capillas,
bandos antagonistas.
En grandes líneas, la Academia y la vieja escuela del
periodismo detestan a Twitter. Pero no pueden vivir sin él. Un cuarto de las
cuentas verificadas son de periodistas y el 83% de los líderes mundiales
tuitea.
No pueden ignorarla. No desde que un pakistaní comentó en
Twitter en la madrugada del 2 de mayo de 2011 el extraño sobrevuelo de
helicópteros en su pueblo (anunciando la captura de Osama bin Laden), hasta el
día de hoy en que “el líder del mundo libre” echa a su canciller o llama hombre
cohete al dictador norcoreano con el riesgo de desatar una guerra atómica en
menos de 280 caracteres. El líder de la mayor potencia mundial lo sabe, y por
eso fija la agenda nacional e internacional de noticias tuiteando temprano por
la mañana con su celular.
Twitter se ha convertido en el principal vector de
noticias y un termómetro extremadamente reactivo a la realidad.
Tiene la ambivalencia de ser fútil y serio al mismo tiempo. Su estatuto es de
hecho materia de debate jurídico. Al inicio de su presidencia, la Casa Blanca
precisó que los tuits de Donald Trump eran declaraciones oficiales. Más tarde,
una jueza estableció que Trump debía abstenerse de bloquear a usuarios si no
quería violar la libertad de expresión. Es un asunto que le sonará a más de un
argentino presidencialmente bloqueado en un pasado reciente.
Trump desde un primer momento dijo que las redes sociales
serían el motor de su campaña a la hora de promover sus ideas con el grueso de
la prensa en contra. Recordemos que de los 100 diarios de mayor circulación en
EEUU, sólo dos: El Las Vegas Review Journal y el Florida Times Union apoyaron a
Trump, un endorsement de una debilidad inédita para un candidato de los dos
grandes partidos en este tipo de contienda. Que Trump se impusiese en las
elecciones fue un baldazo de agua fría, entre otras cosas, para los principales
medios norteamericanos, con un mea culpa del New York Times a sus lectores por
no haber sabido registrar el fenómeno.
Lo cierto era que una narrativa que no era la de la prensa
mainstream se había impuesto por fuera de los canales tradicionales. Una de las
razones tiene que ver con la evolución de la prensa. La revolución digital
privilegió el desarrollo de los grandes medios de tradición liberal, en el
sentido de izquierda, instalados en las dos costas estadounidenses, con
periodistas que viven y respiran la ideología de estos centros urbanos y de
elite, mientras que internet fue pulverizando el otro lado del espectro
ideológico: los periódicos conservadores de áreas rurales.
De este modo, se acentuó el sesgo en la percepción de las
posibilidades reales de Trump y la burbuja del establishment intelectual no
supo interpretar cómo calaba su mensaje entre los perdedores de la
globalización, la clase trabajadora blanca que no veía en la prensa dominante
un reflejo de sus ansiedades económicas y demográficas, como sí aparecían en
los foros de la llamada Alt Right, la derecha alternativa, que empezando por el
meme del sapo Pepe maneja un lenguaje adaptado a la sintaxis y las lógicas
propias de las redes sociales.
A esta guerra de las ideas, de la competencia de las
narrativas hay que agregarle, como se verificaría luego, el uso milimétrico de
las redes sociales por empresas como Cambridge Analítica y la injerencia rusa.
Estas también pesaron en la elección de un modo que aún se está evaluando y
obligan a países democráticos a reescribir las leyes sobre divulgación de
noticias y el uso de datos personales. En otras palabras, este mundo de memes,
insultos fáciles y chicanas produce un discurso muy real que modifica
realidades políticas. La lectura correcta del recorte geográfico de las
ideologías a través de las redes sociales sirvió para ganar una elección sin
siquiera tener una mayoría popular de votos. Lo que no es poco.
"Editor responsable"
No es casual que Twitter esté lleno de periodistas,
politólogos, sociólogos, escritores. Una de las explicaciones es que es gente
acostumbrada a escribir para un público, que usa la prosa como materia prima.
También porque es una manera de ver la cocina de la información, de ir a la
fuente, de consultar directamente al que está en el lugar de los hechos o al
experto cuando explota la noticia. Hace poco, varios medios tradicionales se
desmarcaban de las redes y se jactaban de tener editor responsable, mientras se
entregaban al clickbait, esas preguntas en titulares enigmáticos que piden
abrir la nota sin dar la información de entrada, y construyen una nota con tres
tuits que circulan en el ecosistema de las redes sociales.
Pero para muchos, el debatir en un medio tan anárquico y
ruidoso es rebajarse, ensuciarse en esta cloaca de verborrea. Es ceder a las
Fake News. Tal vez haya que recordar que Fake News es un término acuñado por Donald
Trump en su pulseada contra CNN, el New York Times o el Washington Post,
algunos de los medios más rigurosos a la hora de informar. Y lo cierto es que
nada liquida más rápido una falsa noticia que Twitter. Los fact checkers tanto
de medios conocidos como de cuentas que existen sólo en Twitter patrullan constantemente
poniendo en ridículo a quien se hace eco de una información errónea o de una
lisa y llana mentira.
Entretanto, nacen casos como el de Eliot Higgins. Es una de
las historias más populares de Twitter. Para quienes no hayan escuchado hablar
de él, se trata de un ciudadano británico desempleado que se ocupaba de cuidar
a su bebé en su hogar. Cuando se inició la guerra civil siria empezó sin ningún
conocimiento, a monitorear con su computadora las fuentes disponibles en
internet, sobre todo canales de YouTube, de la guerra en curso. En poco tiempo,
este pionero autodidacta se convirtió en uno de los principales expertos a la
hora de descifrar la realidad armamentística y las batallas, las noticias
falsas que hace circular la propaganda de guerra. Desde 2012 puso al
descubierto el uso de bombas de racimo negado hasta entonces por el gobierno
sirio. Investigó sobre el uso de armas químicas y bombardeos con barriles de
dinamita. Identificó los sitios de decapitación del grupo Estado Islámico. Su
trabajo se convirtió en una referencia para Amnistía Internacional, Human
Rights Watch y los medios más serios, como el New York Times.
Ahora, dirige Bellingcat, una plataforma de ciudadanos
periodistas que utilizan la información disponible en la red, en open source,
para desentrañar la verdad de la mentira en los conflictos internacionales.
Entre sus trabajos más reconocidos está la investigación del desastre aéreo de
Malaysian Airlines en 2014, el vuelo Amsterdam-Kuala Lumpur derribado cuando
sobrevolaba el este de Ucrania. Su examen de las evidencias a partir del material
disponible en la web se convirtió en una pieza fundamental para los
investigadores holandeses de la tragedia. Los invito a ver cómo colabora en
línea con la contribución de tuiteros de todo el mundo. Es como un Sherlock
Holmes de mil cabezas: con un pedacito de foto de un tanque ruso desarticulan
toda una operación de propaganda orquestada por el Kremlin.
El medio y el mensaje
Investigar, sí, ¿pero reflexionar? Es cierto que el formato
de Twitter no permite extenderse, cualquier tuit puede ser sacado de contexto, insultar
a un desconocido porque te saca de quicio puede costarte una reputación y el
trabajo. Pero esa contingencia es también su fuerza. No se puede escribir La
Odisea en Twitter. La mayéutica, el método socrático de pregunta-respuesta en
el que el maestro lleva al discípulo hacia la luz del conocimiento podría ser
ideal para esta plataforma, si la mala fe y las ganas de destruir al otro no
fuesen la moneda corriente de Twitter. Lo que sí le calza como un guante a esta
red es el aforismo. Cioran hubiese sido el rey de Twitter. La condensación del
pensamiento es también un ejercicio filosófico. Se pierden matices pero se va a
lo fundamental. Si la novela gana por puntos y el cuento por knock out, el tuit
debe ser certero como un headshot, un disparo de francotirador a la cabeza. Sí,
Twitter es violento.
En términos gastronómicos, Twitter no será el banquete de
Platón, sino más bien un maxikiosco con productos saturados de sal o azúcar para
consumo instantáneo. Y por suerte podemos ir, cuando el bolsillo lo permite,
tanto a la panzada del restaurante con su larga digestión como a la inmediatez
de este lugar accesible las 24 horas.
En Argentina, la lectura colectiva de clásicos, los debates
sobre temas de fondo transcurren en las redes sociales. En Francia, el país que
eligió para vivir Ciorán, es normal ver a filósofos e intelectuales en general
bajar al inframundo tuitero para defender sus ideas. Tal vez no les sean
familiares, pero filósofos como Raphael Enthoven o Caroline Fourest practican
este esgrima a menudo. Entre los viejos intelectuales franceses más conocidos
hacen lo propio Edgar Morin o Bernard Henri Lévy.
Como hemos visto, las redes sociales han creado un
cortocircuito en el sistema de circulación de la información y de las ideas tal
como se desarrolló hasta el siglo pasado.
Los ámbitos académicos y mediáticos, que se retroalimentan y
dan legitimidad, privilegian o censuran ciertos discursos. Replican la
ideología de sus ámbitos y refuerzan lo que algunos llaman el pensamiento único,
mientras otros prefieren tachar esta hegemonía ideológica de corrección política,
marxismo cultural o reino de las “indentity politics”.
Hay quienes incluso quienes reivindican este sesgo imperante,
como necesario para equilibrar la relación de fuerzas con los sectores
conservadores o capitalistas que lideran otras áreas de poder. En todo caso,
estos microclimas organizados por instituciones chocan con la insolente
anarquía de las redes, que permiten generar a su vez otras burbujas.
Estos nuevos circuitos que se superponen o funcionan en
paralelo, se están haciendo fuertes. En mayo el New York Times presentaba a suslectores un dossier titulado “Conozca a los renegados de la Dark WebIntelectual”. Algunos de los más conocidos son el best seller Jordan Peterson,
el matemático Eric Weinstein, el neurocientífico Sam Harris, así como las
feministas militantes Ayaan Hirsi Ali, Christina Hoff Summers.
Ellos se ocupan de “aquello que no se puede decir”, según el
periódico de referencia estadounidense. Lo que tienen en común es promover una
mirada feroz que va a contrapelo del verdadero discurso hegemónico, arrastrando
a cientos de miles de seguidores, con millones de reproducciones en YouTube,
replicadas por Twitter y ese otro formato que se ha convertido en un nuevo
espacio autónomo, gratuito, accesible desde cualquier dispositivo electrónico y
que permite largas entrevistas con pensadores: el podcast. Estos intelectuales,
reñidos con los medios de legitimación tradicionales, se enfrentan en sus
universidades a perder promociones o verse excluidos por ir contra la
corriente. A veces son despedidos. No es casual que asistamos a una ola de
escándalos en los campus de las universidades tanto de Europa como de Estados
Unidos. Los intentos por llevar a figuras controvertidas que crecieron en las
redes generan fuertes y a veces violentas movilizaciones de estudiantes que se
oponen a que les den el micrófono a interlocutores que rechazan el discurso
dominante en estos ámbitos.
Lo novedoso es que estos disidentes que surgieron al calor
de YouTube y Twitter están creando métodos de ganarse la vida, a través de las
redes, que permiten por, ahora tímidamente, generar una economía por fuera de estos
empleadores tradicionales. Para dar una idea del fenómeno: el próximo 14 dejulio el canadiense Jordan Peterson y el estadounidense Sam Harris van adebatir en un estadio en Londres, el O2 Arena. El evento, que propone una hora
y media de debate arbitrado seguido por otra hora de preguntas y respuestas del
público es anunciado como el Woodstook del debate filosófico. Es decir, a
través de las redes, intelectuales contestatarios crean
sus propios medios masivos de comunicación. Lo mismo ocurre
con la plataforma Patreon, pensada como un sistema de mecenazgo para
periodistas y pensadores que buscan una autonomía económica.
Afinidades electivas
Del otro lado, tenemos a un público agradecido por esta
bocanada de oxígeno. Y este es el otro punto que habría que destacar de las
redes sociales y el pensamiento: permite salir del enclave geográfico o social
con un artefacto que cabe en el bolsillo. Este encontrar afinidades en el
mundo, rompiendo con el entorno material inmediato no tiene precio.
Es el poder acceder a una conversación con pares o especialistas
sin la mediación de empresas o instituciones interesadas en administrar el discurso.
Ese placer salvador que hasta ahora ofrecía sobre todo el libro a través del
diálogo entre dos soledades, la del autor y el lector, encuentra un nuevo
soporte. Las afinidades electivas del usuario enuncian en tiempo real modos de
interpretar los acontecimientos mientras están transcurriendo. Esto, a esta
escala, es una novedad en la historia de la circulación de las ideas.
Esto tiene una contracara, el alimentarse exclusivamente con
quienes opinan como uno aumentan el sesgo de confirmación, la endogamia ideológica.
Hace no tantos años, había cuatro o cinco canales de televisión, tres o cuatro
diarios nacionales en papel. Se podía estar a favor o en contra de lo que se
decía, pero los temas a discutir estaban fijados y a los medios, que se
dirigían al conjunto de la población, o al menos a grandes sectores
ideológicos, les servía presentar las distintas campanas de una situación. Hoy
lo único que queda de este zócalo común es probablemente el diario gratuito del
transporte público, superficial porque busca el mayor consenso posible y
rápidamente desechable.
Por eso, si uno va a ser su propio recorte de la realidad o
su editor, tiene que elegir con cuidado sus fuentes. Depender de su gurú
digital o de quien procesa la información según una ideología compartida es muy
tentador, pero esta burbuja termina cortándote de la crítica legítima y a
encerrándote te en la confirmación del sesgo. Una de las consecuencias más
graves y dañinas que las redes han permitido en la circulación de ideas es el
yihadismo. Facebook, Youtube y Telegram, con su propaganda ultraviolenta
dirigida a los jóvenes, han hecho más por el terrorismo islamista que las
mezquitas más radicales. Han utilizado las herramientas del siglo 21 para
transportar a sociedades al siglo séptimo. El adoctrinamiento en la computadora
de casa, sin que los padres estuvieran al corriente, ha sido una constante registrada
en los estudios sobre el reclutamiento de combatientes que viajaron a Siria e
Irak o atentaron directamente en Europa o Estados Unidos. Por supuesto se trata
de un ejemplo extremo, pero ilustra el peligro de la radicalización ideológica
en las redes, sin ningún intermediario. Las escuelas, tardíamente implementan
hoy en Europa cursos llamados de “autodefensa intelectual” para protegerse de
esta propaganda y enseñar a discriminar en medio del flujo de contenidos
turbios.
Para los que ya salimos del circuito escolar, aparece cada
vez más importante seguir a gente que piense distinto y hasta lo contrario de
las convicciones de uno, es necesario. El sentirse ofendido no debe ser
utilizado contra la libertad de expresión, que con estos nuevos canales
descubre nuevos enemigos.
Sí, da lugar a choques desagradables y se estima que para
levantar una crítica dañina se necesitan 10 elogios. Pero la grieta no deja de
existir cuando uno ignora al que piensa lo contrario. Esa molestia es la
garantía de una sociedad abierta.
El pajarico blanco sobre el fondo azul puede ocupar el lugar
hoy del tábano de Atenas, como se lo llamaba a Sócrates. Un bicho que molesta y
aguijonea para provocar las certezas y las creencias, manteniendo despierto el
espíritu crítico. Se necesita más discusión, no menos. Porque la única
alternativa que tenemos a la discusión es la guerra.
1 comentario:
Una mirada audaz y a la vez logica de lo qre representan las redes. Muy bueno
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